Esto era precisamente
lo que denunciaba hace algunos años Juan Bautista Metz en un pequeño libro que
causó impacto en Alemania. Según el prestigioso teólogo, en la Europa actual no
es la religión la que transforma a la sociedad burguesa. Es, más bien, ésta la
que va rebajando y desvirtuando lo mejor de la religión cristiana.
No le falta razón.
Día a día vamos interiorizando actitudes burguesas como la seguridad, el
bienestar, la autonomía, el rendimiento o el éxito, que oscurecen y disuelven
actitudes genuinamente cristianas como la conversión a Dios, la compasión, la
defensa de los pobres, el amor desinteresado o la disposición al sufrimiento.
Qué fácil es vivir
una religión que no cambia los corazones, un culto sin conversión, una práctica
religiosa que nos tranquiliza y confirma en nuestro pequeño bienestar, mientras
seguimos desoyendo las llamadas de Dios. ¿Cómo es nuestro cristianismo? ¿Nos
convertimos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Nos compadecemos de los
que sufren o nos limitamos a creer en la compasión? ¿Amamos de manera
desinteresada o nos limitamos a vivir un amor privado y excluyente, que
renuncia a la justicia universal y nos encierra en nuestro pequeño mundo?
Tres actitudes nos
pueden ayudar a irnos liberando del «cautiverio de una religión burguesa». En
primer lugar, una mirada limpia para ver la realidad sin prejuicios ni
intereses; las injusticias se alimentan a sí mismas mediante la mentira.
Después, una empatía compasiva que nos lleve a defender a las víctimas y a
solidarizarnos siempre con su sufrimiento. Por último, sencillez de vida para
crear un estilo de vida alternativo a los códigos vigentes en la sociedad
burguesa.
Algo de esto gritaba Jesús en el Templo. JAP
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