La acción de Dios se
realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y la nieve bajan
del cielo, empapan la tierra y después de haber hecho fecunda la tierra para
poder sembrar suben otra vez al cielo.
La acción de Dios en
la Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para
darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad
personal.
La semilla que se
siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos
toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no
tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la
semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.
Nosotros tenemos que
llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos,
cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas
que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor.
Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón
la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.
Jesucristo, en el
Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es
la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de
la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no
sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone
guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que
tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin
autosuficiencia y pasividad.
Contra la
autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los
paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice:
“tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a
Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que
necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos
toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios
nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero
nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre
que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir
trabajando apoyados en la oración.
Escuchábamos el Salmo
que nos habla de dos tipos de personas: “Los ojos del Señor cuidan al justo y a
su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio está el
Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver
así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy
privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va
realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior
un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de
vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del
corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo
que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.
¿Cuántas veces la
angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros
queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no
somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al
alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner
mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos
arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será
así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que
sembrar.
Cuando el sembrador,
tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía
de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a
nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla,
preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?
Sin embargo Dios
vuelve a repetir: “El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son
las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en
esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él
una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo,
capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor. CS
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