La Cuaresma que se
nos puede presentar simplemente como camino de penitencia, como un camino de
dolor, como un camino negativo, realmente es todo lo contrario. Es un camino sumamente
positivo, o por lo menos así deberíamos entenderlo nosotros, como un camino de
crecimiento espiritual. Un camino en el cual, cada uno de nosotros va a ir
encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo. Encontrarnos con Cristo
en el interior, en lo más profundo de nosotros, es lo que acaba dando sentido a
todas las cosas: las buenas que hacemos, las malas que hacemos, las buenas que
dejamos de hacer y también las malas que dejamos de hacer.
En el fondo, el
camino que Dios quiere para nosotros, es un camino de búsqueda de Él, a través
de todas las cosas. Esto es lo que el Evangelio nos viene a decir cuando nos
habla de las obras de misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da
de beber al sediento, en el fondo no simplemente hace algo bueno o se comporta
bien con los demás, sino va mucho más allá. Está hablándonos de una búsqueda
interior que nosotros tenemos que hacer para encontrarnos a Cristo; una
búsqueda que tenemos que tenemos que ir realizando todos los días, para que no
se nos escape Cristo en ninguno de los momentos de nuestra existencia.
¿Cómo buscamos a
Cristo? ¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para ver a Cristo? ¿Hasta qué
punto nos atrevemos a ir descubriendo, en todo lo que nos pasa, a Cristo? La
experiencia cotidiana nos viene a decir que no es así, que muchas veces
preferimos cerrar nuestros ojos a Cristo y no encontrarnos con Él.
¿Por qué nos puede
costar reconocer a Cristo? ¿Qué es lo que han hecho de malo los que no vieron a
Cristo en los pobres? ¿Realmente dónde está el mal? Cuando dice Jesús
Estuvieron hambrientos y no les disteis de comer; estuvieron sedientos y no les
disteis de beber, ¿qué es lo que han hecho de malo? Lo que han hecho de malo,
es el no haber sido capaces de reconocer a Cristo; el no haber abierto los ojos
para ver a Cristo en sus hermanos. Ahí está el mal.
Lo que nos viene a
decir el Evangelio, el problema fundamental es que nosotros tengamos la
valentía, la disponibilidad, la exigencia personal para reconocer a Cristo. No
simplemente para hacer el bien, que eso lo podemos hacer todos, sino para
reconocer a Dios. Saber poner a Cristo en todas las situaciones, en todos los
momentos de nuestra vida.
Esto que nos podría
parecer algo muy sencillo, sin embargo es un camino duro y exigente. Un camino
en el cual podemos encontrarnos tentaciones. ¿Cuál es la principal tentación?
La principal tentación en este camino, del cual nos habla el Evangelio de hoy,
es precisamente la tentación de no aceptar, con nuestra libertad, que Cristo
puede estar ahí, o sea la tentación del uso de la libertad.
Creo que si hay algo
a lo cual nosotros estamos profundamente arraigados, es a nuestra libertad y es
lo que buscamos defender en todo momento y conservar por encima de todo. Cristo
dice: ¡Cuidado!, no sea que tu libertad vaya a impedirte reconocerme. ¿Cuántas
veces el ayudar a alguien significa tener que dejar de ser uno mismo? ¿Cuántas
veces el ayudar a alguien significa tener que renunciar a nosotros mismos? Tuve
hambre y no me diste de comer. Y tengo que ser yo quien te dé de comer de lo
mío, es decir, tengo que renunciar. Tengo que ser capaz de detenerme, de
acercarme a ti, de descubrir que tienes hambre y de darte de lo mío.
A veces podríamos
pensar que Cristo sólo se refiere al hambre material, pero cuántas veces se
acerca a nosotros corazones hambrientos espiritualmente y nosotros preferimos
seguir nuestro camino; preferimos no comprometer nuestra vida, pues es más
fácil, así no me meto en complicaciones, así me ahorro muchos problemas.
¿Cuántas veces
podrían nuestros hermanos, los hombres, haber pasado a nuestro lado, haber
tocado nuestra puerta y haber encontrado nuestro corazón, libremente, conscientemente
cerrado? diciendo: “yo no me voy a comprometer con los demás, yo no me voy a
meter en problemas”. Cuidado, porque esta cerrazón del corazón, puede hacer que
alguien muera de hambre; puede ser que alguien muera de sed. No podemos
solucionar todos los problemas del mundo; no podemos arreglar todas las
dificultades del mundo, pero la pregunta es: ¿Cada vez que alguien llega y toca
a tu corazón, le abres la puerta? ¿Te comprometes cada vez que tocan tu
corazón? Este es un camino de Cuaresma, porque es un camino de encuentro con
Cristo, con ese Cristo que viene una y otra vez a nuestra alma, que llega una y
otra a nuestra existencia.
Todos nosotros somos
de una o de otra forma, miembros comprometidos en la Iglesia, miembros que
buscan la superación en la vida cristiana, que buscan ser mejores en los
sacramentos, ser mejores en las virtudes, encontrarnos más con nuestro Señor.
¿Por qué no empezamos a buscarlos cuando Él llega a nuestra puerta? Cuidad con
la principal de las tentaciones, que es tener el corazón cerrado.
A veces nos podría
preocupar muchas tentaciones: lo mal que está el mundo de hoy, lo tremendamente
horrible que está la sociedad que nos rodea. ¿Y la situación interior? ¿Y la
situación de mi corazón cerrado a Cristo? ¿Y la situación de mi corazón que me
hace ciego a Cristo, cómo la resuelvo? Las situaciones de la sociedad se pueden
ignorar cerrando los ojos, no preocupándome de nada, metiéndome en un mundo más
o menos sano. Pero la del corazón, la tentación que te impide reconocer a
Cristo en tu corazón, ¿cómo la solucionas? Este es el peor de los problemas,
porque de ésta es la que a la hora de la hora te van a preguntar: ¿Qué hiciste?
¿Dónde estabas? ¿Por qué no me abriste si estabas en casa? ¿Por qué si yo te
estaba buscando a ti, tú no me quisiste abrir la puerta? ¿Por qué si yo quería
llegar a tu vida, preferiste quedarte dentro y no salir? ¿Por qué si yo quería
reunirme contigo, solucionar tus problemas, ayudarte a reconocerme, tú
preferiste seguir viviendo con los ojos cerrados?
Esto es algo muy
fuerte y la Cuaresma tiene que ayudarnos a preguntarnos y a plantearnos la
apertura real del corazón y ver porqué nuestro corazón cerrado por nuestra
libertad no quiere reconocer a Cristo en los demás. Atrevámonos a ver quiénes
somos, cómo estamos viviendo nuestra existencia. Abramos nuestro corazón de par
en par. No permitamos que nuestro corazón acabe siendo el sediento y hambriento
por cerrado en sí mismo. Podemos acabar siendo nosotros, auténticos hambrientos
y sedientos, y estar Cristo tocando a nuestras puertas y sin embargo cerramos
el corazón.
Hagamos de nuestro
camino cuaresmal, un camino hacia Dios abriendo nuestro corazón. Yo estoy
seguro, de que siempre que abramos nuestro corazón vamos a encontrarnos con
nuestro Señor, con Cristo que nos dice por dónde tenemos que ir. Así, nuestra
alma va a decir: “efectivamente, yo se que tu eres el Señor, te he reconocido y
por eso abro mi vida. Te he reconocido y por eso me doy completamente y soy
capaz de superar cualquier dificultad. Te he reconocido”. Abramos el corazón,
reconozcamos a Cristo, no permitamos que nuestra vida se encierre en sí misma.
Tres condiciones para que podamos verdaderamente tener al Señor en nuestra
existencia. De otra forma, quién sabe qué imagen tengamos de Dios y no se trata
de hacer a Dios a nuestra imagen, sino hacernos a imagen de Dios.
Que el reclamo a la
santidad, que es la Cuaresma, sea un reclamo a un corazón tan abierto, tan
generoso y tan disponible que no tenga miedo de reconocer a Cristo en todas y cada
una de las situaciones por las que atraviesa; en todas y cada una de las
exigencias, que Cristo, venga a pedir a nuestra vida cotidiana. No se trata
simplemente de esperar hasta el día del Juicio Final para que nos digan: “tu a
la derecha y tu a la izquierda”; es en el camino cotidiano, donde tenemos que
empezar a abrir los ojos y a reconocer a Cristo. CS
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