domingo, 5 de agosto de 2018

Experimento fatal

El relato tiene algo de leyenda y no sé hasta qué punto es real. De hecho, leí diferentes versiones que varían en el nombre de su protagonista o en algunos detalles más o menos importantes. Dicen que un rey (¿Federico II en el s. XIII?), hombre inteligente y muy instruido, que hablaba varios idiomas, quería saber si había algún idioma “natural” al ser humano, una lengua adámica, que no dependiera de la cultura y enseñanza. Para poder averiguarlo decidió hacer un experimento fatal: recluyó a algunos niños recién nacidos (las versiones van de 2 a 30 niños) en un lugar totalmente aislado del resto de la sociedad. Las personas encargadas de cuidarlos les darían alimento y abrigo, pero tenían prohibido hablarles ni establecer ningún tipo de gestualidad. De esta manera, sin influencia humana alguna, el lenguaje de Adán surgiría espontáneamente, y los niños hablarían (suponía el rey) hebreo, sin que nadie se los hubiese enseñado. El experimento terminó de manera trágica: todos los niños murieron en los primeros meses de vida. Sin que nadie les hablara, les expresara afecto o contención, la vida no fue posible.
Todos sabemos que para vivir es necesario algo más que comida y abrigo. La comunicación verbal y gestual, la expresión de las emociones, no solo permiten un buen desarrollo personal, sino que son absolutamente necesarias para la sobrevida humana. Hoy a nadie se le ocurriría repetir el experimento medieval, pero no siempre recordamos lo necesario que es darle al otro nuestra palabra.
Muchas son las cosas que van haciendo que no valoremos suficientemente la importancia de la palabra. El apuro cotidiano, en el que parece que no hay tiempo para demorarse en charlas y compartidas. La fuerte presencia de las redes virtuales, que nos engañan con esas palabras dichas a todos y a nadie. El exceso de palabras que expresan los medios de comunicación, en los que parece que todo puede ser dicho sin mayores consecuencias. Todo esto puede hacernos olvidar el valor de la palabra, esa que vale más que cien documentos firmados.
Este mes, al celebrar el día del niño, me gustaría que pensemos qué palabras les estamos dando a nuestros hijos, hermanos, sobrinos o nietos. Las publicidades intentarán seducir para que les regalemos el último juguete. Tal vez en muchos lugares se organicen festejos, festivales y hasta reparto de cosas para los más pobres. Pero hoy quisiera proponerles que también les regalemos buenos momentos de diálogo, de escucha y de comunicación. Muchos padres y madres hacen grandes esfuerzos para darles a sus hijos e hijas todo lo necesario para vivir. Eso los obliga a dedicar muchas horas del día al trabajo o al estudio. Eso también es una forma de amar. Pero al ser poco el tiempo que a veces se puede compartir, preocupémonos para que sea tiempo de calidad, tiempo de atención plena y de escucha activa. No es lo mismo hablar mientras se revisa el celular o se mira la tele. Si a nadie se le ocurriría privar a un niño de su comida necesaria, de igual manera nos tendríamos que preocupar por no privarlo de la comunicación necesaria, tan importante para vivir como ese plato de comida.
¿A quién le podemos hoy regalar una palabra de aliento? ¿A quién podemos dedicarle un tiempo de escucha? Regalar palabras es regalar vida. ¡No dejemos de darlas… son gratis, pero muy valiosas! PW

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