Cada mañana al despertar, es momento para reflexionar sobre el valor de
la vida. La misma que nos regala Dios a través de la maravilla de la concepción
y que se manifiesta en nuestro caminar diario. A veces, hay momentos en donde
ese caminar se ve empañado por situaciones extremadamente fuertes que nos
inducen al cuestionamiento de la existencia de Dios.
A consecuencia de esas desviaciones que creamos en respuesta a los
golpes que recibimos de la vida, vamos alejándonos cada vez más de Dios.
Incluso, podemos ir sumergiéndonos en el mar del ateísmo sin darnos cuenta.
“Con frecuencia el ateísmo, se funda en una concepción falsa de la autonomía
humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios. Sin
embargo, el reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del
hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios” (cf GS
20,1; 21,3).
Sin embargo, según Enrique Cases: “lo que el hombre puede decir de Dios
está sometido a la limitación en imperfección del hombre. Por eso hay
religiones más o menos perfectas, en la medida que expresen mejor o peor lo que
Dios es”. Cabe señalar que nuestra religión católica se presenta como acción de
Dios quien ha escogido y designado a unos hombres en particular y dándole su
santa bendición, los envía hablar de él a los demás hombres. A través de la
religión es que nos encontramos definitivamente con Dios. Por ende, el
cristianismo es un descenso de Dios hasta el nivel de la humanidad. De esta
forma, se fortalece un vínculo entre Dios y el mundo, llegando a tener una
comunicación directa con Dios.
Existen muchas razones por las cuales debemos creer en Dios. Primero que
nada, porque nos dio la vida, la familia, la naturaleza, la sabiduría. Porque
se siente en cada uno de nuestro interior, porque nos da la fortaleza para
sobrellevar las crisis de nuestras vidas. Y más importante aún porque no hay
ser humano que pueda crear en un laboratorio la mayor obra maestra de Dios: el
amor.
Y entonces, si Dios nos ama tanto ¿Por qué permite que nos sucedan
situaciones dolorosas? ¿Por qué permite que exista el mal? Son cuestionamientos
profundos que no siempre tienen una fácil explicación. Pero, muchas veces las
permite porque precisamente son esas situaciones las que nos hacen acercarnos a
él y reflexionar en nuestra fe. Por otra parte, el mal existe porque nosotros
mismos permitimos que exista; ya que Dios nos ama tanto que nos permite elegir
entre el bien y el mal. Y son aquellos que eligen el mal, los encargados de
hacer daño a los demás.
La responsabilidad recae en nosotros, ya que la fe cristiana se basa en
nuestro vínculo con Dios que se manifiesta a través de la oración. Las
plegarias mueven montañas, pero éstas deben hacerse con fe. Por último, debemos
creer en Dios y en su palabra, porque sin él sencillamente no existiríamos. “Es
tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento
y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente
límpida y perenne de vida espiritual”. (DV 21 CIC) MC
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