Hoy necesitamos personas que sepan capaces de constituir un “banco de
tiempo” verdadero, de tiempo vivo, que es el tiempo que dedicamos a servir a
los demás
En otro lugar hemos hablado de Michael Ende y su “Historia
Interminable”. En Momo (1973), el mismo autor cuenta la
historia de los ladrones de tiempo, los “hombres grises” que promueven un “banco
de tiempo”, pero en realidad es un tiempo robado y muerto. Y de una
niña que devolvió el tiempo a los hombres. Esta novela se considera, entre
otras cosas, como una crítica al consumismo o al materialismo. Momo es
sobre todo capaz de escuchar, y por eso inspira confianza, y así contribuye a
la verdadera libertad, a la verdadera vida que tiene que ver con el amor.
Aunque fuera solamente por eso, puede representar la actitud de quien atiende a
las necesidades de los demás.
Confianza, que libera y vivifica plenamente la existencia
humana, es la fe cristiana. A ello se refería el Papa emérito
Benedicto XVI.
Ha comenzado con estas preguntas: «¿Qué es la fe? ¿Tiene sentido aún la fe en
un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto horizontes, hasta
hace poco tiempo impensables? ¿Qué significa creer hoy?».
Y en el desarrollo de su reflexión, ha quedado claro cómo
debe ser la educación en la fe, es decir, la catequesis y la
formación cristiana en todas las edades, y la enseñanza escolar y académica de
la religión. Lo primero es transmitir la vida que la fe engendra; transmisión
que no es posible si el educador de la fe no la vive y lucha por crecer en
ella. Esa transmisión de la vida de fe es lo que hace posible profundizar en el
conocimiento de los “contenidos” de la fe y de la historia
de la salvación.
La educación en la fe nace primero de la confianza
«En nuestro tiempo es
necesaria una renovada educación en la fe,
que incluya por cierto un conocimiento de su verdad y de los acontecimientos de
la salvación, pero que principalmente nazca de un verdadero encuentro con Dios
en Jesucristo, de amarlo, de confiar en él, de tal modo que toda la vida esté
involucrada con él».
Ha seguido explicando cómo es el «desierto espiritual» en
que amenaza convertirse nuestra cultura occidental: a pesar del
proyecto de progreso que está en sus orígenes y el bienestar, y los avances
científicos y tecnológicos alcanzados, prosigue la falta de una libertad
verdaderamente humana, y abunda la explotación y la injusticia, la mentalidad
materialista, y la paradójica “fe” en cualquier cosa.
Algunas preguntas importantes
En este contexto, apunta el Papa, surgen algunas preguntas
fundamentales, mucho más concretas de lo que aparentan: «¿Qué
sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las
generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra
libertad en pos de un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera más
allá del umbral de la muerte?».
Las respuestas que da la ciencia no son suficientes. «Nosotros
necesitamos no solo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza,
de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un
sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y
en los problemas cotidianos».
Confianza, libertad, transformación
Y esto, continúa, es lo que nos da la fe: «Una
confianza plena en un ‘Tú’, que es Dios, el
cual me da una seguridad diferente, pero no menos sólida que la que proviene
del cálculo exacto o de la ciencia». Y es que «la
fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre frente a las verdades (de
la fe), en particular sobre Dios; es un acto por el cual me confío
libremente a un Dios que es Padre y me ama; es la adhesión a un ‘Tú’ que me
da esperanza y confianza».
Ciertamente, explica Benedicto XVI, que esta adhesión a Dios no carece
de “contenido”. Y el contenido es que Dios nos ha revelado en
Cristo su amor sin medida, que le ha llevado a morir nosotros para resucitar y
elevarnos hasta la altura divina. Precisamente, «la fe es creer en
este amor de Dios, que no disminuye ante la maldad de los hombres, ante el
mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de
esclavitud, dando la posibilidad de la salvación».
Insiste el Papa: «Tener fe, entonces, es encontrar ese ‘Tú’, Dios,
que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no solo
aspira a la eternidad, sino que la da; es confiar en Dios con la actitud del
niño, el cual sabe que todas sus dificultades, todos sus problemas están a
salvo en el ‘tú’ de la madre».
De este modo gráfico, Benedicto XVI subraya la confianza, «la
certeza liberadora y tranquilizadora de la fe», que nos lleva a
proclamarla y demostrarla con nuestra vida y nuestra palabra.
La fe: don de Dios y acto libre
Ciertamente, observa, existe la posibilidad del rechazo de la fe por
parte de aquellos a quienes nos dirigimos, pero esto no ha de infundirnos temor
ni desaliento. Tenemos experiencia, en nosotros mismos y en la historia, de que
la semilla de la fe puede producir abundantes frutos de justicia y de
paz, de amor y de renovación en la humanidad. Pero no debemos
olvidar que la fe es ante todo un
don de Dios, como dice el Concilio Vaticano II (cf. DV,
5), que se perfecciona con el bautismo, por el que entramos en la comunidad de
fe que es la Iglesia.
Además de don, la fe es un acto profundamente humano y libre.
Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «Sólo
es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.
Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es
contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre» (n.
154). Y agrega Benedicto XVI: «Más aún, las implica y las exalta, en una apuesta
de vida que es como un éxodo, es decir, un salir de sí mismo, de las propias
seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de
Dios que nos muestra el camino para obtener la verdadera libertad, nuestra
identidad humana, la verdadera alegría del corazón, la paz con todos».
Dicho brevemente: «Creer es confiar libremente y con alegría en el
plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham,
al igual que María de Nazaret».
Decir que “sí” a Dios
En consecuencia: «La fe es, pues, un acuerdo por el cual nuestra
mente y nuestro corazón dicen su propio ‘sí’ a Dios, confesando que Jesús es el
Señor. Y este ‘sí’ transforma la vida, abre el camino hacia una plenitud
de sentido, la hace nueva, llena de alegría y de esperanza fiable».
Y concluye: «Nuestro tiempo requiere de cristianos que estén
aferrados a Cristo, que crezcan en la fe a través de la familiaridad con la
Sagrada Escritura y los sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto
que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de
un Dios que nos sostiene en el camino y que nos abre hacia la vida que no tendrá
fin».
Volviendo a la historia de Momo, hoy necesitamos personas que sean
capaces de constituir un “banco de tiempo”
verdadero, de tiempo vivo, que es el tiempo que dedicamos a
servir a los demás. Entre ellos, por un motivo y con una ayuda muy especial (la
misma vida de Cristo) hemos de estar los cristianos. No, por tanto, como “personas
grises” que corren de un lado para otro buscando solamente lo que
se toca, se compra y se vende. Al contrario, y, como consecuencia de la fe, dedicando
tiempo a las necesidades de los demás, como reflejo de nuestra
confianza en Dios y en cada uno de ellos; dándoles, en ese tiempo, una parte de
nosotros mismos. RP
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