Sacerdote, 03
de Diciembre
En
Karagandá, Kazajistán, beato Ladislao Bukowinski, sacerdote diocesano
ucraniano, inasequible al desaliento, sobrevivió a nazis y comunistas, a un
fusilamiento, a trabajos forzados en las minas de cobre y a las cárceles
soviéticas, sin nunca dejar de evangelizar.
Fecha de beatificación: 11 de septiembre de 2016, durante el
pontificado de S.S. Francisco.
Wladislaw (o Ladislao) Bukowinski nació en 1904 en Berdichev, ciudad que entonces pertenecía a Polonia y hoy a Ucrania.
El lugar tenía mucha población judía, además de
rusos, polacos y ucranianos, y protagoniza el relato “En la ciudad de
Berdichev”, del popular escritor Vasili Grossman, que inspiró la película La
Comisaria de Aleksandr Askoldov.
Siendo él adolescente, y habiendo ya muerto su
madre, la familia huyó de
Berdichev escapando de la invasión bolchevique. Se establecieron en un
pueblecito entre Cracovia y Lublin llamado Swiecica. Él participaba en círculos
estudiantiles de apoyo a jóvenes refugiados llegados de Polonia oriental.
En 1926 entró en el seminario de Cracovia y fue ordenado en 1931 por el cardenal Sapieha,
el mismo que ordenaría quince años después a Karol Wojtyla.
En 1936 pidió volver a la zona oriental de Polonia,
la de sus orígenes. En la ciudad de Lucka enseñó catequesis en escuelas y sociología en el Seminario y
fue uno de los responsables de Acción Católica en 1938.
Nazis y soviéticos se reparten Polonia
Entonces, en 1939, llegó la Segunda Guerra Mundial.
Los nazis y los soviéticos
invadieron Polonia al unísono y se repartieron el país. La URSS se
anexionó una zona de 13,5 millones de habitantes, entre ellos los de la región
de Lucka.
Como Bukowinski
hablaba bien ruso y tenía capacidades de negociación, el obispo lo
nombró párroco de la catedral. Durante
un año, desde ese cargo, se esforzó por ayudar
a los enfermos y ancianos que sufrían penurias por la guerra y la
ocupación, y trataba de consolar y dar
fuerzas a los prisioneros polacos que iban siendo deportados, en
oleadas, a los campos de Siberia y Kazajstán.
Detenido... ¡y fusilado!
El 22 de agosto de 1940 él mismo se convirtió en un
prisionero: los bolcheviques le
condenaron a una sentencia de 8 meses en un campo de trabajo cercano.
Pero permaneció allí menos de un año, porque los
nazis empezaron el 22 de junio de 1941 la Operación Barbarroja, su ataque
sorpresa contra la URSS. Lo primero que
decidieron las autoridades de la NKVD soviética en la zona fue fusilar a sus
prisioneros.
En ese fusilamiento masivo del 23 de junio, en el
patio de la prisión, las balas, de
forma quizá milagrosa, no tocaron al padre Bukowinski. Tendido en el
suelo del patio ensangrentado, confesó
y absolvió a los moribundos.
Los nazis tomaron rápidamente la región. Hoy los
historiadores calculan que en esos dos años de dominio soviético la URSS deportó entre 350.000 y 1.500.000 de
habitantes de Polonia oriental, de los cuales entre 250.000 y 1.000.000
murieron.
Esconder niños judíos de los nazis
Durante la dominación nazi Bukowinski se mantuvo
como párroco en la catedral. Él, que había jugado de niño en una ciudad de gran
presencia judía como Berdichev, escondió
durante estos años numerosos niños judíos de la persecución nazi.
Ocultaba también a otros muchos fugitivos y prisioneros de guerra, les
distribuía alimentos y les preparaba para los sacramentos. Finalmente los nazis se retiraron ante el empuje
del Ejército Rojo, y los soviéticos
volvieron a conquistar Lucka. El 3 de enero de 1945 fue arrestado con los otros curas de la
diócesis y su obispo, Adolf Szelazek. La región quedó anexionada a la
Ucrania soviética. Tras un año de cárcel llegó la sentencia tras la estereotipada acusación de ser espías del
Vaticano y de realizar “actividades religiosas ilegales”, con su
consabido juicio-farsa: 10 años en campos de trabajos forzados.
Evangelizar en las minas de cobre
Estuvo en varios campos. En 1950 llegó a las minas
de cobre de Zezkazgan, en Kazajistán. Pero en todos los campos donde estuvo se dedicó a evangelizar a escondidas.
Cuando tenía un lecho, lo usaba como altar para
celebrar la misa mientras todos aún dormían. Visitaba a los enfermos en la enfermería del gulag, impartía los
sacramentos, les hablaba de Dios en varios idiomas…
Quien lea sus “Memorias” verá que no se queja de
los abusos, sólo los describe. Cuenta que una vez los guardias le pegaron un bofetón por ir por la noche a otra barraca a
confesar a un joven, pero que luego reflexionó que la normativa permitía
castigarle con aislamiento y los guardias de hecho fueron suaves al contentarse
con ese golpe.
Exiliado a Karagandá: pastoral intensa...
Después de 9 años y siete meses de trabajos
forzados y evangelización clandestina, se le dio libertad parcial. Tenía que cumplir 3 años de exilio en
Karagandá, la cuarta ciudad de Kazajistán, donde tradicionalmente había
habido bastantes alemanes, incluyendo católicos. Allí trabajaba de conserje en
una obra de construcción. Y, en secreto, evangelizaba. Era el primer cura
actuando en Kazajistán desde la Segunda Guerra Mundial. En
las casas, a escondidas, bautizaba, confesaba, casaba a polacos, alemanes,
grecocatólicos… Había personas que recorrían
con dificultades 300 kilómetros para participar en sus misas, para confesarse.
Como era un deportado, tenía que presentar informes cada mes a las autoridades
explicando a qué se dedicaba. Él escribía siempre: “Wladislaw Bukowinski,
sacerdote, servicios sacerdotales”.
El cura encantado de ser ciudadano soviético
En junio de 1955 le llegó la libertad. Podía ir a
Polonia, la nueva Polonia comunista. Pero él dijo que prefería quedarse en Kazajistán y ser, oficialmente, ciudadano
de la Unión Soviética. Y, siendo ya ciudadano de la URSS en 1956, pudo
dedicarse a viajar con libertad, por todo Kazajistán, con un solo objetivo: continuar la
evangelización clandestina.
A las afueras de Karagandá compró una casa y la
convirtió en una capilla para polacos. Duró un año: las autoridades la
cerraron.
En 1957,
cuando llevaba 3 años de libertad, volvieron a detener al “camarada ciudadano
Bukowinski”. Se le acusaba de construir una iglesia y de hacer
propaganda religiosa entre niños y jóvenes. Era un gravísimo delito: para el régimen sólo los padres podían hablar de Dios
a los hijos y si se veía un niño en una iglesia se confiscaba el templo.
Bukowinski no quiso tener abogado sino que se defendió él mismo: su discurso al
parecer convenció a los jueces, que en
vez de los 10 años habituales de trabajos forzados le impusieron solo tres.
Lo liberaron en diciembre de 1961 y volvió a Karagandá, donde siguió
evangelizando a escondidas, como había hecho toda la vida.
En Polonia visitó a Karol Wojtyla
En los años siguientes tuvo ocasión de visitar la
Polonia comunista en tres ocasiones entre 1963 y 1973, y se entrevistó
personalmente con el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla. Por supuesto, los
servicios secretos comunistas lo sabían porque ambos estaban bajo vigilancia.
En esos años realizó 8 viajes misioneros por Kazajistán y llegó más de una vez al
remoto Tayikistán, siempre siguiendo la estela de los católicos
deportados.
En 25 de noviembre de 1974 celebró su última misa,
recibió la Unción de los Enfermos y fue trasladado al hospital. Murió en
Karagandá el 3 de diciembre de 1974.
Desde que lo fusilaron en
1940 había pasado 34 años evangelizando bajo regímenes anticlericales, en
campos, prisiones y deportaciones, bajo el poder político que prohibía a Dios.
Juan Pablo II en Kazajstán
Desde 2008 sus restos descansan en la catedral de
Karagandá. Hoy en esta
diócesis viven unos 30.000 católicos. Juan
Pablo II mencionó tres veces a Bukowinski cuando visitó Kazajistán en 2001: cuando
visitó el Palacio presidencial “mi primera fuente de información sobre
Kazajstán fue el padre Bukowinski”, dijo, en el Ángelus “…el inolvidable padre Bukowinski, me encontré
con él muchas veces, y siempre lo he admirado por su fidelidad
sacerdotal y su empuje” y en la misa con el clero “…durante los difíciles años de comunismo siguió ejerciendo su ministerio
en esa ciudad; yo mismo tuve la suerte de conocer y apreciar su profunda fe, la
palabra sabia, la inquebrantable confianza en el poder de Dios”.
Muchos a los que Bukowinski bautizó de bebés, de
forma clandestina, o a los que dio la primera comunión, en misas prohibidas, lo
recuerdan y visitan hoy en la catedral de Karagandá.
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