Siempre he pensado que la vida de un sacerdote es
breve, no porque Dios nos llame pronto, sino porque estamos tan ocupados que un
día es como un suspiro.
Ayer me la pasé desde las 7 am confesando, creo que
en total confesé como unas ocho horas. En cuanto salí de la sacristía y vi a
todas esas personas lo primero que pensé fue: “Hoy no voy a desayunar, y creo
que ni a comer”, parecía misa de domingo, pero en realidad estaban esperando
reconciliarse con Dios.
Me senté a confesar y mientras pasaban las horas me
sentía presionado por todas las personas que tenía, me daba pena que estuvieran
esperando tanto tiempo y además sabía que vendrían para llevarme a visitar a
dos enfermos, luego me buscaría una persona para dirección espiritual... sentía
que iban a llegar ya y yo no acababa de confesar, pero afortunadamente alcancé
a reconciliar a todos, es más, justo cuando la última persona se puso de pie
para irse iban llegando por mí los familiares del enfermito, creo que mi Dios
acomodó todo en bien de estas personas que necesitaban su amor, ya que no creo
en las coincidencias, sino en las ‘diocidencias’.
En cuanto acabé hable por teléfono a un amigo que
me había llamado y mensajeado varias veces, cuándo le hablé me cuestionó que
qué estuve haciendo y fui bien sincero: “Tuve un día muy ajetreado, casi ocho horas confesé, sequé lagrimas y
saqué sonrisas”. Y él muy espontáneo me respondió: “Pues lo único
productivo fue que te inventaste una rima”.
Pero eso no es todo, después encontré a alguien más
y me preguntó cómo había estado mi día y le dije que fue simplemente genial,
luego me interrogó por lo que hice y le dije que había estado confesando casi
todo el día, visité a dos enfermos y di una dirección espiritual, le expliqué
que estaba muy contento porque todos ellos llegaron buscando a Dios y yo traté
de ayudarles... pero él igual de espontáneo como el otro me dijo: “Uh, entonces perdiste todo el día, qué
pena...” Pero a este sí le respondí: “Pues qué manera tan bonita de
perder mi tiempo, muchas personas me compartieron su vida, lloraron conmigo, y
juntos le pedíamos a Dios que los ayudara, me siento con el alma llena”.
Me sorprendieron mucho sus reacciones, no porque
minimizaran lo que hago, sino porque dos personas tan cercanas a mí, que soy
sacerdote, en menos de una hora me habían dicho que gastar mi tiempo
escuchando, llevando la gracia de Dios y tratando de dar esperanza lo
consideraban una pérdida de tiempo.
Afortunadamente para mí fue un día de los mejores
de mi vida, de esos que me quiero llevar en el corazón cuando Dios me llame, lo
recordaré como el día que “casi me desmayo al ver a tantas personas
esperándome, y yo sin desayunar, pero que al final de las casi ocho horas que
confesé, sequé lagrimas y saqué sonrisas”.
Al terminar el día, mientras rezaba el Santo
Rosario le decía a la Virgen: “Me encanta perder el tiempo de esta forma” y
también le di las gracias por todos los sacerdotes que son criticados por sus
feligreses porque según ellos solo pierden el tiempo, pero no se dan cuenta de
todo el bien que hacen.
Por cierto, sí alcancé a desayunar, una feligresa
me llevó unos tamalitos bien ricos y comí muy a gusto con el enfermito y su
familia, no cabe duda que Dios me cuida mucho y hasta provee mis comidas. pS
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