Texto del
Evangelio (Mt 10,37-42): En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: «El que ama a su padre o a su madre más que
a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es
digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que
encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
»Quien a
vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me
ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta
recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo
recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de
estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
«El que no toma su cruz y me sigue
detrás no es digno de mí.
Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe»
Comentario:
P. Antoni POU OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)
Hoy, al escuchar de boca de Jesús: «El que ama a
su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (Mt 10,37) quedamos desconcertados. Ahora bien, al profundizar un
poco más, nos damos cuenta de la lección que el Señor quiere transmitirnos:
para el cristiano, el único absoluto es Dios y su Reino. Cada cual debe
descubrir su vocación —posiblemente esta es la tarea más delicada de todas— y
seguirla fielmente. Si un cristiano o cristiana tienen vocación matrimonial,
deben ver que llevar a cabo su vocación consiste en amar a su familia tal como
Cristo ama a la Iglesia.
La vocación a la vida religiosa o al sacerdocio
pide no anteponer los vínculos familiares a los de la fe, si con ello no
faltamos a los requisitos básicos de la caridad cristiana. Los vínculos
familiares no pueden esclavizar y ahogar la vocación a la que somos llamados.
Detrás de la palabra ‘amor’ puede esconderse un deseo posesivo del otro que le
quita libertad para desarrollar su vida humana y cristiana; o el miedo a salir
del nido familiar y enfrentarse a las exigencias de la vida y de la llamada de
Jesús a seguirlo. Es esta deformación del amor la que Jesús nos pide
transformar en un amor gratuito y generoso, porque, como dice san Agustín:
«Cristo ha venido a transformar el amor».
El amor y la acogida siempre serán el núcleo de
la vida cristiana, hacia todos y, sobre todo, hacia los miembros de nuestra
familia, porque habitualmente son los más cercanos y constituyen también el
‘prójimo’ que Jesús nos pide amar. En la acogida a los demás está siempre la
acogida a Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt 11,40). Debemos ver, pues, a Cristo
en aquellos a quien servimos, y reconocer igualmente a Cristo servidor en
quienes nos sirven.
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