Texto del
Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel
tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En
esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres
puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio».
Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas
a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió
Moisés, para que les sirva de testimonio».
«Señor, si quieres puedes
limpiarme»
Comentario:
Rev. D. Xavier ROMERO i Galdeano (Cervera, Lleida, España)
Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno
de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor,
si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2).
También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro
corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos
ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres
puedes limpiarme» (Mt 8,2).
Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad
que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle
purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está
herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal.
A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma
petición: «Señor, si quieres...» (cf. Mt
8,2). No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo
recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin
ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude,
que queramos cambiar con su ayuda.
Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante
darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo
contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta
anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado
difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su
petición de ayuda.
Por eso, cuando llega el momento del
arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse
del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo
dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el
momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de
su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor
ciego que el que no quiere ver».
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