Un hombre
trabaja serrando árboles en un bosque. Pone mucho empeño y, sin embargo, está
angustiado por el bajo rendimiento que obtiene de su prolongado esfuerzo. Cada
día le lleva más tiempo acabar su tarea, de modo que le sorprende la noche
cuando aún le quedan bastantes troncos por serrar.
En su afán por
trabajar cada día más, no se da cuenta de que esa lentitud se debe a que tiene
muy gastado el filo de la sierra. Un buen día se le acerca un compañero y le
pregunta:
—Oye, ¿cuánto
tiempo llevas con este árbol?
—Más de dos
horas.
—Es raro que
lleves tanto tiempo si trabajas a ese ritmo..., ¿por qué no descansas un
momento y afilas la sierra?
—No puedo
parar, llevo mucho retraso.
—Pero luego
irás más deprisa y pronto recuperarás los pocos minutos que supone afilar la
sierra.
—Lo siento,
pero tengo mucho trabajo pendiente y no puedo perder ni un minuto.
Y así concluyó
aquella conversación.
Algo muy
parecido a este diálogo se repite con frecuencia en el interior de muchas
personas preocupadas por problemas que afectan seriamente a sus vidas. Se
plantean que quizá deben mejorar su preparación profesional, que deben aumentar
su cultura, que tienen que formarse, que necesitan una renovación personal que
les saque de su fatigosa y rutinaria monotonía...; pero al final concluyen que
no tienen tiempo, que tienen tanto trabajo que no pueden perder ni un minuto en
teorías.
Es cierto que
en muchos casos la formación que a uno le ofrecen o le han ofrecido parece muy
teórica y que no resuelve los problemas que tiene la gente. La solución
entonces es procurarse una formación que no sea tan teórica y se adapte a las
propias necesidades, pero no renunciar a la formación.
El riesgo de
caer en agotadoras disquisiciones teóricas no debe hacernos desdeñar la buena y
sana teoría de las cosas. Es preciso encontrar un equilibrio, porque muchas
veces, cuando alguien dice que la teoría no le interesa, que ya se la sabe, lo
que probablemente le suceda es que esté confundiendo la teoría con una vaga y
soporífera verborrea, puesto que no hay nada más práctico que una buena teoría.
Y a bastantes que aseguran no querer ni oír hablar de teorías lo que quizá les
falle es precisamente la teoría (en el buen sentido del término). O, visto de
otra manera, lo que les pierde es una teoría de segundo grado: lo que les
pierde es la teoría del desprecio por la teoría.
Atender con
esmero a la propia formación es decisivo para la mejora del carácter y, en
general, para alcanzar una vida lograda. El problema es que casi todas las
actividades encaminadas a mejorar nuestra formación son de esas actividades
importantes pero no urgentes que, por no apremiarnos en el día a día, muchas
personas suelen dejarlas para un hipotético momento futuro que luego nunca
llega. AA
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