Texto del
Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que
mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les
preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había
resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le
contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto
a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer
día».
«¿Quién dice la gente que soy yo?
(…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Comentario: Rev. D. Pere
OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
Hoy,
en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El
primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la
gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace
que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros:
los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más
cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o
cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan
quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, ‘la gente’... Y la
respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de
aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a
sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...
Hay
una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión
fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una
adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en
Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es
delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y
nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro
ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la
vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la
gloria?
«Es
un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo
dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz,
pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San
Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con
Él y en Él, ¿verdad?
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