Abadesa, 30 de Septiembre
Elogio: En Pesaro, en la región del Piceno, beata Felicia
Meda, abadesa Clarisa.
Felicia Meda
nació de la familia Meda en Milán, en 1378. Fue santamente educada por sus
padres. Desde niña mostró un ánimo fuerte e inclinado a la espiritualidad.
Quedó huérfana junto con un hermano y una hermana a los cuales quería mucho.
Cuando ella sintió la vocación al estado religioso, aconsejó también a su
hermano y a su hermana a hacer lo mismo. Distribuyeron a los pobres parte de su
herencia familiar, y los tres se consagraron al servicio de Dios. Su hermano se
hizo Fraile Menor franciscano, mientras Felicia y su hermana entraron entre las
Clarisas en el monasterio de Santa Úrsula de Milán, en el 1400.
El mejor
testimonio de la santa vida de la beata Felicia lo tenemos por el Ministro
general de los Hermanos Menores, padre Guillermo de Casale, el cual en 1439,
destinándola como abadesa en Pésaro por sugerencia de san Bernardino de Siena,
hacía un preciso retrato de ella: «Me he informado plenamente por testigos
dignos de fe, de tu laudable vida, de tu honestidad, celo, prudencia,
vigilancia, ejemplaridad; en los ejercicios claustrales eres infatigable, en
las obras espirituales, incansable, en las oraciones, eficaz, en el proveer,
diligente, moderada en las correcciones, atemperada en los mandatos, excelente
en la comprensión, rigurosa en el silencio, prudente en el hablar, diestra en
el conciliar y dotada por el Altísimo de muchas prerrogativas y de singulares
carismas en todas las cosas que miran al buen gobierno. No solamente con la
autoridad del oficio mío, sino también de la sede apostólica, y con el consejo
y el consentimiento de muchos padres, maestros y prelados de la Orden, te
instituyo abadesa y madre del monasterio de Pésaro». Confirmación de este
elogio fue el gran disgusto de los milaneses al verla partir.
La vida
claustral de la beata Felicia fue más celeste que terrena; su pureza germinó
como lirio, ásperas sus penitencias, su ayuno riguroso, llevaba sobre la desnuda
carne un áspero cilicio, a menudo se flagelaba con cadenillas de hierro en
recuerdo de la pasión del Redentor, y caminaba a pie descalzo. El demonio a
veces se le apareció, asumiendo diversas formas, ora de un horrible dragón, o
de un monstruo espantoso, pero con la oración y el ayuno ella siempre salió
vencedora de las insidias del maligno.
La Beata
Felicia vivió sólo cuatro años en el monasterio de Pésaro, donde numerosas
fueron las nuevas vocaciones. A su floreciente comunidad ella supo comunicarle
su espíritu y su celo por la perfección seráfica. Atacada por una grave
enfermedad, recibió con gran fervor los últimos sacramentos, tuvo un breve
discurso a sus cohermanas, arrodilladas alrededor de su lecho, las bendijo y
expiró serenamente el 30 de septiembre de 1444. Tenía 66 años. Fue clarisa
desde 1400 y abadesa, primero en el monasterio de Santa Úrsula en Milán en los
años 1425-1439, después en el monasterio del Corpus Domini de Pésaro de 1439 a
1444. Aprobó su culto SS. Pío VII el 2 de mayo de 1807.
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