No era nada fácil concentrarme en mis tareas de la escuela cuando
estudiaba en mi cuarto durante el otoño. A unos cuantos metros de mi ventana,
bien enfrente de mí, estaba el árbol que mi bisabuelo había plantado. Grande, imponente,
majestuoso era aquel árbol. Pero durante el otoño, bajo la acción constante del
viento que llegaba como un enemigo sutil, poco a poco aquel frondoso árbol
empezaba a desnudarse.
Lo que más me distraía en esa metamorfosis eran las hojas que caían de
las ramas. Otrora tan verdes y vivas, ahora amarillas, pálidas y enfermas,
dejaban el árbol al cual habían sido fieles por casi un año. Al caer,
encontrándose con el viento, tomaban otra dirección, imprevisible, siempre
nueva e inconstante. Era muy difícil para mí prever cuál sería el próximo
movimiento que aquellas hojas harían. De hecho, jamás atinaba, hasta que
después que la quinta o sexta tocaba el suelo, me daba cuenta de que había
perdido otros diez minutos de estudio. ¡Qué
parecidos a esas hojas secas son los sentimientos!
Los sentimientos son algo en sí buenos porque son parte de nuestra
naturaleza humana. Pero pueden ser peligrosos si no sabemos cuidarlos. Y digo
cuidarlos porque a veces son como visitantes locos que llegan y se van sin
pedir permiso. ¡Cómo varían los sentimientos! Hoy estoy de buenas porque el sol
salió y brilla en medio al cielo azul, ayer estaba de malas porque amaneció
nublado y el día era gris. Hoy es viernes, no puedo contenerme de felicidad, el
lunes pasado amanecí de mal humor porque... era lunes.
Como hojas secas al viento los sentimientos se balancean, a la derecha e
izquierda para arriba y para abajo, siempre inconstantes, casi nunca
previsibles, sorprendiéndonos una y otra vez. ¿Pero dónde está el peligro en los sentimientos?
Pensemos, por ejemplo, en la afectividad, más concretamente en el amor entre un
hombre y una mujer o entre un chico y una chica (hoy día conviene aclarar). Es
un hecho que mucha gente confunde amor con sentimiento: amo si siento algo
dentro de mí, si me enchina la piel, si suspiro o si mi corazón late más
fuerte. Este es el ‘amor’ que Hollywood
exporta a todo el mundo. En las películas el amor dura poco, exactamente lo que
dura el sentimiento. Y cuando esta emoción pasajera pasa, se cambia de pareja,
Así de sencillo. Lo que se promueve en las pantallas es atracción, pasión
inmediata, deseo ardiente e inmediato, todo menos amor verdadero. Tal vez sea
por eso que muchos actores de Hollywood se casan 3 veces o más en la vida real.
Trágico como suena.
Y hablando de amor que no dura, me viene a la memoria el caso de mi
primo Nando. Estábamos en la fiesta de Chuy, platicando a gusto. De repente,
veo que la mirada de Nando se perdía en el horizonte. Era claro, había visto
algo, o mejor, alguien. ¡Y qué alguien! Su vista se encontraba con la de
Paulina, seguramente la chica más guapa de la fiesta. Sin darse cuenta de que
es una tremenda falta de educación dejar alguien hablando sólo, se olvidó de
quién tenía enfrente y se lanzó como un águila a su presa. Sacó a Paulina a
bailar y después de unos cuantos minutos ya estaban entre besos y abrazos. Al día siguiente le hablé para saludarlo, en la
esperanza de terminar la conversación que se había interrumpido, pero vana fue
mi expectativa. Nando no paraba de hablar que estaba apasionado, que nunca
había sentido nada igual, que esa era la mujer de su vida, etc. Después de un mes de intensa pasión, me sorprendió
ver, en otra fiesta, a Nando por un lado y Paulina por otro. Me acerqué a mi
primo y le pregunté qué había pasado. “Es que el amor se acabó...”
¿Desde cuándo el amor se acaba? Esto me suena a contradicción. El amor
es donación personal y libre entre dos personas que se quieren mucho, al punto
de establecer una relación sincera de entrega mutua. Lo que se acaba es una
naranja cuando la termino de chupar en un día de verano. Si hacemos el amor
depender sólo de los sentimientos, estamos construyendo sobre arena y la
relación estará condenada al fracaso. Por
eso, la clave es ser dueños de nuestros sentimientos, encauzando los buenos y
superando los malos. Sólo así se conquista la constancia por encima de la
variedad de las emociones. Las pasiones son ciegas, impulsivas, primarias, el
amor ve y muy bien, es constante, razonado, sólido. Esto no quiere decir que no
debamos sentir. Al contrario, el sentimiento es bienvenido e incluso necesario
en el amor. Pero el punto es no subordinar el amor al sentimiento, no depender
de las emociones, sino tener el control del timón para llegar a ser dueño de
uno mismo. Y lo más importante: no confundir el amor con sentimiento, porque el
amor va mucho más allá de un mero sentir.
Los sentimientos son como hojas secas en una tarde de otoño. Pero qué
bellas se veían las hojas del mismo árbol delante de mi ventana durante la
primavera. Verdes, vivas y verdaderas, sólidas y firmes, fieles al árbol al
cual pertenecen, inmovibles como es el amor que madura en la entrega sincera y
constante por encima de las emociones pasajeras. PM
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