lunes, 19 de octubre de 2020

Cuando las hojas caen…

No era nada fácil concentrarme en mis tareas de la escuela cuando estudiaba en mi cuarto durante el otoño. A unos cuantos metros de mi ventana, bien enfrente de mí, estaba el árbol que mi bisabuelo había plantado. Grande, imponente, majestuoso era aquel árbol. Pero durante el otoño, bajo la acción constante del viento que llegaba como un enemigo sutil, poco a poco aquel frondoso árbol empezaba a desnudarse.
Lo que más me distraía en esa metamorfosis eran las hojas que caían de las ramas. Otrora tan verdes y vivas, ahora amarillas, pálidas y enfermas, dejaban el árbol al cual habían sido fieles por casi un año. Al caer, encontrándose con el viento, tomaban otra dirección, imprevisible, siempre nueva e inconstante. Era muy difícil para mí prever cuál sería el próximo movimiento que aquellas hojas harían. De hecho, jamás atinaba, hasta que después que la quinta o sexta tocaba el suelo, me daba cuenta de que había perdido otros diez minutos de estudio. ¡Qué parecidos a esas hojas secas son los sentimientos!
Los sentimientos son algo en sí buenos porque son parte de nuestra naturaleza humana. Pero pueden ser peligrosos si no sabemos cuidarlos. Y digo cuidarlos porque a veces son como visitantes locos que llegan y se van sin pedir permiso. ¡Cómo varían los sentimientos! Hoy estoy de buenas porque el sol salió y brilla en medio al cielo azul, ayer estaba de malas porque amaneció nublado y el día era gris. Hoy es viernes, no puedo contenerme de felicidad, el lunes pasado amanecí de mal humor porque... era lunes.
Como hojas secas al viento los sentimientos se balancean, a la derecha e izquierda para arriba y para abajo, siempre inconstantes, casi nunca previsibles, sorprendiéndonos una y otra vez. ¿Pero dónde está el peligro en los sentimientos? Pensemos, por ejemplo, en la afectividad, más concretamente en el amor entre un hombre y una mujer o entre un chico y una chica (hoy día conviene aclarar). Es un hecho que mucha gente confunde amor con sentimiento: amo si siento algo dentro de mí, si me enchina la piel, si suspiro o si mi corazón late más fuerte. Este es el ‘amor’ que Hollywood exporta a todo el mundo. En las películas el amor dura poco, exactamente lo que dura el sentimiento. Y cuando esta emoción pasajera pasa, se cambia de pareja, Así de sencillo. Lo que se promueve en las pantallas es atracción, pasión inmediata, deseo ardiente e inmediato, todo menos amor verdadero. Tal vez sea por eso que muchos actores de Hollywood se casan 3 veces o más en la vida real. Trágico como suena.
Y hablando de amor que no dura, me viene a la memoria el caso de mi primo Nando. Estábamos en la fiesta de Chuy, platicando a gusto. De repente, veo que la mirada de Nando se perdía en el horizonte. Era claro, había visto algo, o mejor, alguien. ¡Y qué alguien! Su vista se encontraba con la de Paulina, seguramente la chica más guapa de la fiesta. Sin darse cuenta de que es una tremenda falta de educación dejar alguien hablando sólo, se olvidó de quién tenía enfrente y se lanzó como un águila a su presa. Sacó a Paulina a bailar y después de unos cuantos minutos ya estaban entre besos y abrazos. Al día siguiente le hablé para saludarlo, en la esperanza de terminar la conversación que se había interrumpido, pero vana fue mi expectativa. Nando no paraba de hablar que estaba apasionado, que nunca había sentido nada igual, que esa era la mujer de su vida, etc. Después de un mes de intensa pasión, me sorprendió ver, en otra fiesta, a Nando por un lado y Paulina por otro. Me acerqué a mi primo y le pregunté qué había pasado. “Es que el amor se acabó...”
¿Desde cuándo el amor se acaba? Esto me suena a contradicción. El amor es donación personal y libre entre dos personas que se quieren mucho, al punto de establecer una relación sincera de entrega mutua. Lo que se acaba es una naranja cuando la termino de chupar en un día de verano. Si hacemos el amor depender sólo de los sentimientos, estamos construyendo sobre arena y la relación estará condenada al fracaso. Por eso, la clave es ser dueños de nuestros sentimientos, encauzando los buenos y superando los malos. Sólo así se conquista la constancia por encima de la variedad de las emociones. Las pasiones son ciegas, impulsivas, primarias, el amor ve y muy bien, es constante, razonado, sólido. Esto no quiere decir que no debamos sentir. Al contrario, el sentimiento es bienvenido e incluso necesario en el amor. Pero el punto es no subordinar el amor al sentimiento, no depender de las emociones, sino tener el control del timón para llegar a ser dueño de uno mismo. Y lo más importante: no confundir el amor con sentimiento, porque el amor va mucho más allá de un mero sentir.
Los sentimientos son como hojas secas en una tarde de otoño. Pero qué bellas se veían las hojas del mismo árbol delante de mi ventana durante la primavera. Verdes, vivas y verdaderas, sólidas y firmes, fieles al árbol al cual pertenecen, inmovibles como es el amor que madura en la entrega sincera y constante por encima de las emociones pasajeras. PM

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