El interés de la Iglesia por la
actividad deportiva no es nuevo, pero en las últimas décadas ha experimentado
un crecimiento significativo que coincide con la difusión del deporte a
círculos cada vez más amplios de la sociedad. Los últimos Papas han estado
atentos al mundo deportivo y a través de encuentros con equipos, selecciones y
deportistas, han regalado importantes luces que propician una comprensión
integral del deporte. En los últimos años, este esfuerzo eclesial se ha traducido
en la creación de la sección ‘Iglesia y deporte’, del Pontificio Consejo para
los Laicos, la Familia y la Vida y del Departamento de Deporte en el Pontificio
Consejo para la Cultura, que buscan fomentar la reflexión acerca de la relación
entre fe cristiana y deporte, impulsar la pastoral de los deportistas y
difundir los valores cristianos asociados a la práctica deportiva, pues la
Iglesia «está llamada a prestar atención también a todo lo que concierne al
deporte, que puede ser considerado como uno de los puntos neurálgicos de la
cultura contemporánea y frontera de la nueva evangelización».
Pero, ¿dónde radica, en última
instancia, el interés eclesial por el deporte? Con mucha claridad lo dice el
Papa Francisco: “Los lazos entre la Iglesia y el deporte son una bella realidad
que se ha ido consolidando en el tiempo, porque la comunidad eclesial ve en el
deporte un válido instrumento para el crecimiento integral de la persona
humana. La práctica del deporte, en efecto, estimula una sana superación de sí
mismos y de los propios egoísmos, entrena el espíritu de sacrificio y, si se
enfoca correctamente, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la
amistad y el respeto de las reglas”.
También nos ayuda remontarnos a
la célebre intervención del Papa Pío XII acerca de los cuatro fines del
deporte, donde enseña que el deporte «tiene como fin próximo el educar, el
desarrollar y fortificar el cuerpo en su lado estético y dinámico; como fin más
remoto, el uso del cuerpo por parte del alma, así preparado para el despliegue
de la vida interior y exterior de la persona; como fin aún más profundo, el de
contribuir a su perfección; por último, como fin supremo, en general y común a
toda forma de actividad humana, el de acercar al hombre a Dios».
Al precisar
la finalidad de la actividad deportiva, el Papa Pio XII muestra el trasfondo
del interés eclesial por el deporte, que es la salvación del hombre en su
totalidad, cuerpo y espíritu, dejando en evidencia que para la Iglesia el
deporte es una actividad humana sumamente relevante, pues es un instrumento que
permite al ser humano desarrollarse integralmente y acercarse a Dios.
La Iglesia
se interesa por la práctica deportiva porque antes que nada se interesa por el
bienestar físico y espiritual del ser humano, porque lo concibe como una
unidad, no compuesta de partes aisladas e independientes, sino de realidades
unidas, que interactúan y se influencian permanentemente. La visión cristiana
del ser humano busca ser integral, evitando cualquier reduccionismo antropológico.
En la misma línea, se entiende el
deporte no sólo en su aspecto físico, sino también en cuanto «ordenado al
perfeccionamiento intelectual y moral del alma», como una «gimnasia del
espíritu, un ejercicio de educación moral» que ayuda al ser humano a la
consecución de los fines supremos para los que ha sido creado. «Asimismo,
cuando se practica deportes de alto nivel hace falta preservar la armonía
interior entre el cuerpo y el espíritu, no reduciendo el deporte solamente a la
mera obtención de resultados».
“Nada hay nada verdaderamente
humano que no encuentre eco” en el corazón del Pueblo de Dios, nos
enseñaron los padres conciliares en la Gaudium et spes. En la misma dirección
el Papa Francisco nos exhorta a seguir: ‘‘La Iglesia se interesa por el deporte
porque le preocupa el ser humano, todo el ser humano, y reconoce que la
actividad deportiva repercute en la formación de la persona, en sus relaciones,
en su espiritualidad”. ABdeM
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