Hay
personas que más que creer en Dios, creen en aquellos que hablan de él. Solo
conocen a Dios «de oídas». Les falta experiencia personal. Asisten tal vez a
celebraciones religiosas, pero nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen
a percibir su presencia en el interior de su ser.
Es
un fenómeno frecuente: vivimos girando en torno a nosotros mismos, pero fuera
de nosotros; trabajamos y disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y
envejecemos, pero nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.
Incluso
los que nos decimos creyentes no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos
hace difícil reconocernos como seres frágiles, pero amados infinitamente por
él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana.
No sabemos invocar ni alabar.
Qué
pena da ver cómo se discute de Dios en ciertos programas de televisión. Se
habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce. Los invitados se acaloran
hablando del papa, pero a nadie se le oye hablar con un poco de hondura de ese
Misterio que los creyentes llamamos «Dios».
Para
descubrir a Dios no sirven las discusiones sobre religión ni los argumentos de
otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia experiencia.
No basta criticar la religión en sus aspectos más deformados. Es necesario
buscar personalmente el rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida.
Cuando
durante años se ha vivido la religión como un deber o como un peso, solo esta
experiencia personal puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar,
aunque solo sea de forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace
bien.
Este
encuentro con Dios no siempre es fácil. Lo importante es buscar. No cerrar
ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez con el
último resto de nuestras fuerzas. Muchas veces, lo único que podemos ofrecer a
Dios es nuestro deseo de encontrarnos con él.
Dios
no se esconde de los que lo buscan y preguntan por él. Tarde o temprano
recibimos su «visita» inconfundible. Entonces todo cambia. Lo creíamos lejano,
y está cerca. Lo sentíamos amenazador, y es el mejor amigo. Podemos decir las
mismas palabras que Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han
visto mis ojos». JAP
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