Nuestros planes cobran vida si están escritos en ese pedazo de papel con
calendarios que llevamos a todos lados o en ese rincón del celular desde el
cual se disparan alertas continuamente. Corres de reunión en
reunión, y al salir del trabajo sigues de maratón en el supermercado, con
actividades de hijos, en el gimnasio o quién sabe en qué ocupación extra.
Pero ¿cuántas veces has sido creativo a la
hora de diseñar tu semana y reservarte una hora para asistir a misa, rezar el
Rosario o simplemente ir a visitar a ese amigo que está un poco triste y
necesita compañía de la buena? Los cristianos sabemos que seguir a
Jesús implica unirse a él en cada cosa que hacemos pero que, sin combustible,
sin grandes dosis de empuje, todo se hace bastante cuesta arriba.
Recargando
baterías
¿Dónde
encontrar la fuerza, las ganas de sobreponerse, de ser mejores, de alcanzar una
vida plena en cada cosa que hacemos? El
gran secreto está mucho más cerca de lo que te imaginas. Es en la
Santa Misa y en los sacramentos donde hallarás el verdadero sentido que tienen
tus quehaceres y obligaciones, y toda tu vida se teñirá de una trascendencia
que te permitirá ver con claridad lo que realmente importa.
¿Qué hay en la Misa que no te puedes perder? Allí se esconde algo
demasiado valioso, y reservado a los que confían: TIEMPO. Al
asistir a la celebración de la Eucaristía, el principal regalo que te regala
Dios es Él mismo, con sus mismísimos oídos y su corazón puro. Al recibirlo en
la hostia consagrada, empieza dentro del corazón una comunión muy fuerte y
única entre Creador y creatura. En este espacio, Dios se pone a nuestra
disposición para que le abras tu alma. ¿Qué no está tan bien como quisieras?
¿En qué necesitas ayuda? ¿Cómo resolver tal o cual problema? ¿De qué le darás
gracias?
Las ventajas de la oración
Si eres capaz de dedicar un rato de oración diario a hablar
con Jesús, a tener un diálogo sincero y personal, verás cómo de aquí sacarás la
fuerza para enfrentar cada día y la respuesta a tantos interrogantes. “Conviene
que Él crezca y que yo disminuya” decía San Juan Bautista y esta es la actitud
para empezar tu amistad con Dios. Comienza por contarle tus preocupaciones, tus
deseos y aspiraciones, tus dudas e incertidumbres y hazte amigo del silencio
que es allí donde Jesús habla al corazón. Y de a poco sentirás que es Él quien desde hace tiempo está
intentando meterse en tu alma y susurrarte esas palabras de aliento que te
harán resurgir una vez más. MD
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