Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué
os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no
dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y
si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que
por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de
vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».
«No es voluntad de
vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños»
Comentario: Fr. Damien LIN Yuanheng (Singapore,
Singapur)
Hoy, Jesús nos lanza un reto:
«¿Qué os parece?» (Mt 18,12); ¿qué
clase de misericordia practicas? Quizás nosotros, ‘católicos practicantes’,
habiendo gustado muchas veces de la misericordia de Dios en sus sacramentos,
estemos tentados a pensar que ya estamos justificados ante los ojos de Dios.
Corremos el peligro de convertirnos inconscientemente en el fariseo que
menosprecia al publicano (cf. Lc 18,9-14).
Aunque no lo digamos en voz alta, quizás pensemos que estamos libres de culpa
ante Dios. Algunos síntomas de que este orgullo farisaico echa raíces en
nosotros pueden ser la impaciencia ante los defectos de los demás, o pensar que
las advertencias nunca van para nosotros.
El ‘desobediente’ profeta
Jonás, un judío, se mantuvo inflexible cuando Dios mostró pena por los
habitantes de Nínive. Yahvé reprochó la intolerancia de Jonás (cf. Jon 4,10-11). Aquella mirada humana
ponía límites a la divina misericordia. ¿Acaso también nosotros ponemos límites
a la misericordia de Dios? Hemos de prestar atención a la lección de Jesús:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Con toda probabilidad, ¡todavía nos queda un largo
camino por recorrer para imitar la misericordia de Dios!
¿Cómo debiéramos entender la
misericordia de nuestro Padre celestial? El Papa Francisco dijo que «Dios no
perdona mediante un decreto, sino con un abrazo». El abrazo de Dios para con
cada uno de nosotros se llama ‘Jesucristo’. Cristo manifiesta la misericordia
paternal de Dios. En el capítulo cuarto del Evangelio de san Juan, Cristo no
airea los pecados de la mujer samaritana. En lugar de ello, la divina
misericordia cura a la Samaritana ayudándola a afrontar plenamente la realidad
de su pecado. La misericordia de Dios es totalmente coherente con la verdad. La
misericordia no es una excusa para tomarse rebajas morales. Sin embargo, Jesús
debió haber provocado su arrepentimiento con mucha más ternura que la que
sintió la mujer adúltera ‘herida por el amor’ (cf. Jn 8,3-11). Nosotros también debemos aprender cómo ayudar a
los demás a encararse con sus errores sin avergonzarles, con gran respeto hacia
ellos como hermanos en Cristo, y con ternura. En nuestro caso, también con
humildad, sabiendo que nosotros mismos somos ‘vasijas de barro’.
Pensamientos para el
Evangelio de hoy
«¿Dónde pastoreas, Pastor
bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de
reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo,
oveja tuya, escuche tu voz» (San Gregorio
de Nisa)
«Una persona es consolada
cuando siente la misericordia y el perdón del Señor. La alegría de la Iglesia
es ‘dar a luz’, salir de sí misma para dar vida, ir a buscar a las ovejas que
están extraviadas» (Francisco)
«Cuando celebra el sacramento
de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca
la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que
espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace
acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una
palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de
Dios con el pecador» (Catecismo de la
Iglesia Católica, nº 1.465)
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