La Navidad está cerca y los cristianos lo
reconocemos cada vez que llega el Adviento. Es un
tiempo litúrgico que se caracteriza por el color morado en el ornamento de los sacerdotes y la corona de
adviento, la cual es de color verde y va acompañada de cinco velas en colores
morado, rosa y blanco. Es una tradición
que se hace presente en todas las Iglesias católicas del mundo, a partir
de la última semana de noviembre o la primera de diciembre, según sea el caso.
Cada domingo se enciende una vela que va precedida de lecturas muy
significativas y que marcan el camino hasta llegar a la celebración de la
Navidad. En el primer domingo de
Adviento se da también comienzo con un nuevo año, litúrgicamente hablando,
cerrándose el anterior con la celebración de la fiesta de Jesucristo Rey del
Universo.
¿Pero qué significa ‘adviento’? La palabra viene del latín ad-venio que quiere decir:
‘llegada, venida’. Por lo tanto,
es un período para esperar y preparar la venida del Señor Jesús. No solamente
recordamos su primera venida a este mundo, sino que también nos preparamos para
su segunda venida al final de los
tiempos.
Ambas venidas están totalmente relacionadas una con la otra, de tal modo
que, “al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia
actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la
primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su
segunda Venida” (CEC 524).
Por eso, la Iglesia, a través de las lecturas que se proclaman en este
tiempo, quiere renovar en el corazón de sus fieles el deseo ardiente de la
espera del Hijo de Dios. De tal forma, en las primeras semanas veremos cómo en
la Palabra de Dios resuena el anuncio de la venida inminente de Cristo. Asimismo, nos invita a estar siempre preparados y en
vela, pues no conocemos el día ni la hora en que vendrá el Hijo de Dios.
En este tiempo, el espíritu que debe predominar especialmente es el de la expectación y la esperanza. Esa
inquietud y emoción que produce poder ver a Dios, Señor de todo cuando existe,
quien se ha querido hacer pequeño para formar parte de nuestra vida, de nuestra
existencia y que quiere caminar junto con nosotros.
Igualmente, el adviento debe
invitarnos a la conversión y al arrepentimiento. Debemos sentir
dolor por los pecados que se han arraigado en el fondo de nuestro corazón, para
poder cambiar y dejar atrás nuestra vida de pecado, pues como ya lo dijo Jesús:
“bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
De tal modo que, sólo a través de esa pureza espiritual que se alcanza con
la participación en el sacramento de la reconciliación y la penitencia, es que
podremos ver y reconocer al Dios
que nace, que ya está aquí.
Que este tiempo de espera, nos ayude a ser conscientes de lo que está por
venir. Cristo viene y quiere que todos participemos de ese momento abriendo
nuestro corazón de par en par y así pueda tomar un lugar dentro de él. DARM
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