Texto del Evangelio (Lc 21,25-28.34-36): En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en
el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes,
perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de
terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las
fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del
hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas
cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.
»Guardaos de que no se hagan pesados vuestros
corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la
vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque
vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela,
pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que
está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».
«Estad en vela (...) orando en todo
tiempo para que (...)
podáis estar en pie delante del Hijo del hombre»
podáis estar en pie delante del Hijo del hombre»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, justo al comenzar
un nuevo año litúrgico, hacemos el propósito de renovar nuestra ilusión y
nuestra lucha personal con vista a la santidad, propia y de todos. Nos invita a
ello la propia Iglesia, recordándonos en el Evangelio de hoy la necesidad de
estar siempre preparados, siempre “enamorados” del Señor: «Guardaos de que no
se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por
las preocupaciones de la vida» (Lc 21,34).
Pero notemos un
detalle que es importante entre enamorados: esta actitud de alerta —de
preparación— no puede ser intermitente, sino que ha de ser permanente. Por
esto, nos dice el Señor: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc
21,36). ¡En todo tiempo!: ésta es la justa medida del amor. La fidelidad no se
hace a base de un “ahora sí, ahora no”. Es, por tanto, muy conveniente que
nuestro ritmo de piedad y de formación espiritual sea un ritmo habitual (día a
día y semana a semana). Ojalá que cada jornada de nuestra vida la vivamos con
mentalidad de estrenarnos; ojalá que cada mañana —al despertarnos— logremos decir:
—Hoy vuelvo a nacer (¡gracias, Dios mío!); hoy vuelvo a recibir el Bautismo;
hoy vuelvo a hacer la Primera Comunión; hoy me vuelvo a casar... Para
perseverar con aire alegre hay que “re-estrenarse” y renovarse.
En esta vida no
tenemos ciudad permanente. Llegará el día en que incluso «las fuerzas de los
cielos serán sacudidas» (Lc 21,26). ¡Buen motivo para permanecer en estado de
alerta! Pero, en este Adviento, la Iglesia añade un motivo muy bonito para
nuestra gozosa preparación: ciertamente, un día los hombres «verán venir al
Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27), pero ahora
Dios llega a la tierra con mansedumbre y discreción; en forma de recién nacido,
hasta el punto que «Cristo se vio envuelto en pañales dentro de un pesebre»
(San Cirilo de Jerusalén). Sólo un espíritu atento descubre en este Niño la
magnitud del amor de Dios y su salvación (cf. Sal 84,8).
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