Texto del
Evangelio (Mt 7,6.12-14): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni
echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus
patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis
que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la
Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada
y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por
ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la
Vida!; y pocos son los que lo encuentran».
«Entrad por la puerta estrecha»
Comentario:
+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos hace tres recomendaciones
importantes. No obstante, centraremos nuestra atención en la última: «Entrad
por la entrada estrecha» (Mt 7,13),
para conseguir la vida plena y ser siempre felices, para evitar ir a la
perdición y vernos condenados para siempre.
Si echas un vistazo a tu alrededor y a tu misma
existencia, fácilmente comprobarás que todo cuanto vale cuesta, y que lo que
tiene un cierto nivel está sujeto a la recomendación del Maestro: como han
dicho con gran profundidad los Padres de la Iglesia, «por la cruz se cumplen
todos los misterios que contribuyen a nuestra salvación» (San Juan Crisóstomo). Una vez me decía, en el lecho de su agonía,
una anciana que había sufrido mucho en su vida: «Padre, quien no saborea la
cruz no desea el cielo; sin cruz no hay cielo».
Todo lo dicho contradice a nuestra naturaleza
caída, aunque haya sido redimida. Por eso, además de enfrentarnos con nuestro
natural modo de ser, tendremos que ir a contracorriente a causa del ambiente de
bienestar que se fundamenta en el materialismo y en el goce incontrolado de los
sentidos, que buscan —al precio de dejar de ser— tener más y más, obtener el
máximo placer.
Siguiendo a Jesús —que ha dicho «Yo soy la luz
del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la
vida» (Jn 8,12)—, nos damos cuenta
que el Evangelio no nos condena a una vida oscura, aburrida e infeliz, sino
todo lo contrario, pues nos promete y nos da la felicidad verdadera. No hay más
que repasar las Bienaventuranzas y mirar a aquellos que, después de entrar por
la puerta estrecha, han sido felices y han hecho dichosos a los demás,
obteniendo —por su fe y esperanza en Aquel que no defrauda— la recompensa de la
abnegación: «El ciento por uno en el presente y la vida eterna en el futuro» (Lc 18,30). El “sí” de María está
acompañado por la humildad, la pobreza, la cruz, pero también por el premio a
la fidelidad y a la entrega generosa.
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