Comieron todos.
Al narrar la
última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas
recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en
memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de
los gentiles.
Desde su
origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer
memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar
nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la
muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la
misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
La escucha del
Evangelio.
Hacemos
memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su
mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el
recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato
evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de
actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos
de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir,
amar y vivir como él.
La memoria de
la Cena.
Hacemos
memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: «Esto
es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la
muerte…
Este es el
cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me
recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo».
En este
momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio
de nuestra salvación: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven,
Señor Jesús». Nos sentimos salvados por Cristo, nuestro Señor.
La oración de
Jesús.
Antes de
comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos
identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto
absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su
voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos,
perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
La comunión
con Jesús.
Nos acercamos
como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos
haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en
nuestra vida: «Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado
con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano». JAP
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