Obispo, 25
de Junio
Martirologio Romano: En Turín, Italia, san Máximo, primer obispo de esta sede, que con su
paternal palabra llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo, y con sólida
doctrina lo condujo al premio de la salvación eterna. (c.465)
Se conserva la mayor parte de la obra literaria de
san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que
vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de
sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar
en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397,
presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes
Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que
completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín,
como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al
pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota
concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente
durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven. En realidad el obispo
sobrevivió a esos dos soberanos, puesto que, en el año 451 un obispo Máximo de
Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio
y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, firmó la carta
dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la
doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada ‘Epístola
dogmática’ del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del 465. En
los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura inmediatamente
después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel entonces se daba
precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy anciano. Se supone que
murió poco después de aquel Concilio.
La colección que se hizo de sus supuestas obras,
editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6
tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría
de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente
interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de
la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía,
en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la
destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires
Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. “Debemos
honrar a todos los mártires, recomienda; pero especialmente a aquellos cuyas
reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y
nos acogen cuando partimos de ella”. En dos homilías sobre la acción de gracias
inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los
Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar
las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y
después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que
hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción, puesto que “por el
signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin
cuento sobre todas nuestras empresas”. En uno de sus sermones, abordó el tema
de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de
dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres.
Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a los herejes que venden el
perdón de los pecados, cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la
absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus
culpas.
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