Virgen y
Mártir, 28 de Junio
Martirologio Romano: En Alejandría de Egipto, en tiempo del emperador Septimio Severo,
santos mártires Plutarco, Sereno, Heráclides, catecúmeno, Herón, neófito, otro
Sereno, Heraidis, catecúmena, Potamiena y Marcela, su madre, todos discípulos
de Orígenes, que, por confesar a Cristo, unos fueron degollados y otros
entregados a las llamas. Entre ellos destacó la virgen Potamiena, que sufrió
innumerables pruebas en defensa de su virginidad y, después de padecer por su
fe atroces tormentos, finalmente fue quemada viva junto con su madre. (c.202)
Santa Potamiena vivió en tiempos de la persecución
de Maximiniano. Aquella joven era esclava de un señor disoluto y libertino, el
cual continuamente la estaba solicitando. Más ella prefirió sufrir toda suerte
de crueldades y suplicios antes que consentir a las solicitaciones de aquel
señor infame.
Enfurecido éste al ver que nada podía lograr, la
entregó, como cristiana, en manos del gobernador, a quien prometió una fuerte
recompensa para el caso de que la conquistase para sus infames apetitos. El
juez mandó comparecer a aquella virgen ante su tribunal, y viendo que ninguna
amenaza podía hacerla cambiar de sentimientos, la sometió a todo cuanto su
rabia supo inspirarle.
Más Dios, que jamás abandona a los que a Él se
consagran, concedió tantas fuerzas a la joven mártir, que parecía insensible a
todos los tormentos a que hubo de someterse. No pudiendo aquel juez inicuo
vencer su resistencia, mandó poner sobre una grande hoguera una caldera llena
de pez, y le dijo:
«Mira lo que te está preparado si no obedeces a tu
señor».
Y la santa joven respondió sin vacilar:
«Prefiero sufrir todo cuanto pueda inspiraros
vuestro furor antes que obedecer a la infame voluntad de mi amo; además, nunca
habría yo creído que un juez fuese injusto hasta el punto de mandarme obedecer
a los propósitos de un amo disoluto».
Irritado el tirano al oír esta respuesta, mandó
arrojarla a la caldera.
«Al menos disponed, dijo ella, que sea arrojada allí
vestida. Ahora veréis las fuerzas que el Dios a quien adoramos, concede a los
que sufren por Él».
Después de tres horas de suplicio, entregó
Potamiena su alma al Creador, y así ganó la doble palma del martirio y de la
virginidad.
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