Obispo y mártir, 20 de
Junio
Elogio:
Conmemoración de san Metodio, obispo de Olimpo y mártir, que escribió diversas
obras en estilo conciso y elegante, y hacia el final de la persecución
desencadenada bajo Diocleciano, fue coronado por el martirio.
San Jerónimo declara que Metodio fue, primero
obispo de Olimpo, en Licia, y después, en la sede de Tiro, y afirma que recibió
la corona del martirio en la ciudad griega de Khalkis, al finalizar la última
persecución. Estas declaraciones fueron la base con las que se incluyó en el
Martirologio Romano, aunque en la actualidad se cree que no fue nunca obispo de
Tiro, y sólo se menciona la sede de Olimpo. A veces, sobre todo entre los
escritores griegos, se lo llama Obispo de Pátara.
Sin embargo, todo lo que se sabe de él se refiere
más a sus escritos que a su vida, ya que lamentablemente no lo menciona la
Historia Eclesiástica de Eusebio. San Jerónimo lo llama el «muy elocuente
Metodio», y el Martirologio actual habla de su «estilo conciso y elegante». Sin
embargo, no todos son de la misma opinión; Butler, por ejemplo, se refiere a su
obra más conocida, el Symposium, como de «estilo difuso, hinchado y plagado de
epítetos»...
Lo cierto es que, más allá de esta cuestión que
afecta más a la expresión que al contenido, su obra fue de gran importancia en
su época, e influyó decisivamente, al punto en que la iglesia de Oriente lo
tiene incluido entre los Padres de la Iglesia. En un principio parece que
adhirió a algunas teorías de Orígenes, pero al tiempo rechazó las ideas
espiritualistas y que podían tender al gnosticismo del gran escritor
alejandrino, y escribió tratados para refutar la preexistencia del alma y la no
identidad entre el cuerpo ‘material’ y el cuerpo ‘espiritual’, dos ideas muy
arraigadas en el origenismo. También refutó a Porfirio, el neoplatónico,
filosofía que rivalizaba en espiritualidad con el cristianismo; sin embargo sus
tratados contra Porfirio no han llegado hasta nosotros, sino sólo las menciones
de san Jerónimo.
De sus obras se conservan, una íntegramente en
griego, la más conocida, el «Symposium» o «Banquete de las diez vírgenes», y
las demás en una edición en eslavo, y algunos fragmentos griegos y armenios.
Como lector e imitador de Platón, escribe -muy habitual en su época- en forma
de diálogo, y en particular en el Symposium imita el banquete platónico: una
matrona le relata al personaje Eubulo (el propio Metodio) los diez discursos en
alabanza de la virginidad que realizaron diez vírgenes en el curso de un banquete.
La obra concluye con un himno en 24 versos recitado por santa Tecla, con
estribillo de las vírgenes, que es uno de los himnos orientales más antiguos
que se conservan, en alabanza de la sagrada virginidad:
Tecla: En lo alto de
los cielos, ¡oh vírgenes!, se deja oír el sonido de una voz que despierta a los
muertos; debemos apresurarnos, dice, a ir todas hacia el oriente al encuentro
del Esposo, revestidas de nuestras blancas túnicas y con las lámparas en la
mano. Despertaos y avanzad antes de que el Rey franquee la puerta.
Todas: A ti
consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara
brillante en mi mano.
Tecla: He desechado
la felicidad de los mortales, tan lamentable; los placeres de una vida
voluptuosa y el amor profano; a tus brazos, que dan la vida, me acojo buscando
protección, en espera de contemplar, ¡oh Cristo bienaventurado!, tu eternal
belleza.
Todas: A ti
consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara
brillante en mi mano.
Tecla: He abandonado
los tálamos y palacios de bodas terrenas por ti, ¡oh divino Maestro!,
resplandeciente cual el oro; a ti me acerco con mis vestiduras inmaculadas,
para ser la primera en entrar contigo en la felicidad completa de la cámara
nupcial.
Todas: A ti
consagro mi pureza...
Tecla: Después de
haber escapado, ¡oh Cristo bienaventurado!, a los engaños del dragón y sus
artificiosas seducciones, sufrí el ardor de las llamas y las acometidas
mortíferas de bestias feroces, confiada en que vendrías a ayudarme.
Todas: A ti
consagro mi pureza...
Tecla: Olvidé mi
patria arrastrada por el encanto ardiente de tu gracia, ¡oh Verbo divino!;
olvidé los coros de las vírgenes compañeras de mi edad y el Fausto de mi madre
y de mi raza, porque tú mismo, tú, ¡oh Cristo!, eres todo para mí.
Todas: A ti
consagro mi pureza...
Tecla: Salve, ¡oh
Cristo, dador de la vida, luz sin ocaso! ¡Oye nuestras aclamaciones! Es el coro
de las vírgenes quien te las dirige, ¡oh flor sin tacha, gozo, prudencia,
sabiduría, oh Verbo de Dios!
Todas: A ti
consagro mi pureza...
Tecla: Abre las
puertas, ¡oh reina!, la de la rica veste; admítenos en la cámara nupcial.
¡Esposa inmaculada, vencedora, egregia, que te mueves entre aromas! Engalanadas
con vestiduras semejantes, henos aquí vástagos tuyos, sentadas junto a Cristo
para celebrar tus venturosas nupcias.
Todas: A ti
consagro mi pureza…
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