Texto del
Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel
tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos
es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es
ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que
las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo
vienen y anidan en sus ramas».
Les dijo otra
parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer
y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo
Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se
cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo
que estaba oculto desde la creación del mundo’.
«Nada les hablaba sin parábolas»
Comentario:
Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca (Valldoreix, Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús predicando
a sus discípulos. Y lo hace, tal como en Él es habitual, en parábolas, es
decir, empleando imágenes sencillas y corrientes para explicar los grandes
misterios escondidos del Reino. Así podía entender todo el mundo, desde la
gente más formada hasta la que tenía menos luces.
«El Reino de los Cielos es semejante a un grano
de mostaza...» (Mt 13,31). Los
granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si tenemos de ellos
buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol. «El Reino de los
Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas
de harina...» (Mt 13,33). La levadura
no se ve, pero si no estuviera ahí, la pasta no subiría. Así también es la vida
cristiana, la vida de la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero...
si uno deja que se introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo
fructificar la semilla y convierte a las personas de pecadoras en santas.
Esta gracia divina se nos da por la fe, por la
oración, por los sacramentos, por la caridad. Pero esta vida de la gracia es
sobre todo un don que hay que esperar y desear con humildad. Un don que los
sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar, pero que Dios Nuestro
Señor quiere hacer llegar a los humildes y sencillos.
Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos
encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se
reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad
del Señor. Así, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la
levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna.
Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia
la perfección» (San Agustín).
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