Pregunta:
¿Si una persona dice tener amor fraterno hacia su prójimo pero si espera que de igual manera ese amor sea mutuo y si se siente celos de algunas personas que se le acercan es porque realmente el que dice amar nunca amó?
Respuesta:
Hay amor de transacción, que es el más frecuente en las relaciones
humanas, y hay amor de gratuidad, como el que Dios nos tiene.
No se debe esperar que todo amor sea de gratuidad ni se debe definir el
amor, en general, como pura gratuidad, es decir: ‘dar sin esperar nada a
cambio’. Es cierto que hay una forma elevada de amor, que tiene su fuente en Dios,
y que se llama propiamente ‘caridad’, y que obra así, pero el funcionamiento
normal de la sociedad requiere reciprocidad. Y por eso, lo normal, lo
tácitamente esperado, es que haya reciprocidad.
Pensemos en el caso de una pareja. Con mucha frecuencia, la generosidad
femenina es muy grande. Una mujer que defina el amor como ‘dar y no esperar
nada’ ¿qué reacción tendrá frente a la violencia doméstica, la infidelidad del
esposo, la humillación de verse pospuesta mientras el corazón del hombre al que
le entrega ‘todo’ y cada vez le da ‘nada’? Si a esa mujer le decimos que el
amor no requiere reciprocidad estamos destruyendo su dignidad y ciertamente no
estamos ayudando al esposo que, interpretando mal la generosidad de la esposa,
se hunde en sus vicios egoístas.
Algo parecido sucede en la amistad. Hay personas que están esperando
todo el tiempo que las tomen en cuenta, las llamen por teléfono, tengan
detalles de afecto con ellas; pero ellas mismas dan muy poco. Son gente experta
en quejarse y pedir atención pero se han acostumbrado a girar sólo en torno a
sus intereses. Si estando cerca de alguien así pretendemos aplicar sin
discernimiento que amar es dar sin esperar nada, lo único que estamos
consiguiendo es empeorar la condición egoísta de la misma persona que
supuestamente estamos amando.
Por supuesto, si la persona lo que espera en reciprocidad es una especie
de ‘posesión’, o sea, de adueñarse del tiempo, los afectos o los intereses de
la otra persona, eso no es reciprocidad: eso es una forma de control e incluso
de explotación, y hay que estar en guardia también frente a ese peligro.
Por eso, en las relaciones cotidianas, normales, hay que esperar que
haya afecto, alegría, donación; pero también una sana reciprocidad, un
equilibrio. No exactamente como quien compra o vende pero sí como quien
entiende que, al igual que un buen baile, uno solo no es pareja, y el baile no
funciona.
Estas reflexiones no quitan espacio para el amor sublime, el amor de
caridad. La idea no es quitarle espacio a la caridad sino a la manipulación,
los complejos, el bullying, el egoísmo. Y para erradicar esas plagas hay que
poner un piso sólido de trato justo. Sobre esa base, y sobre la conciencia de
la dignidad de todos, ¡qué hermoso donarse a aquellos que quizás no tienen cómo
pagarlo, en especial, los más pequeños, los más pobres y los más alejados! NM
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