Texto del
Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel
tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera
que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?
¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos
Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?
Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él.
Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de
prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.
«Un profeta sólo en su patria y en
su casa carece de prestigio»
Comentario:
Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos
conocen desde siempre resulta difícil. En el caso de Jesús, san Juan Crisóstomo
comenta: «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a
creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’».
Jesús conocía bien a aquellos que en vez de escucharle se escandalizaban de Él.
Eran parientes, amigos, vecinos a quienes apreciaba, pero justamente a ellos no
les podrá hacer llegar su mensaje de salvación.
Nosotros —que no podemos hacer milagros ni
tenemos la santidad de Cristo— no provocaremos envidias (aun cuando en
ocasiones pueda suceder si realmente nos esforzamos por vivir cristianamente).
Sea como sea, nos encontraremos a menudo, como Jesús, con que aquellos a
quienes más amamos o apreciamos son quienes menos nos escuchan. En este
sentido, debemos tener presente, también, que se ven más los defectos que las
virtudes y que aquellos a quienes hemos tenido a nuestro lado durante años
pueden decir interiormente: —Tú que hacías (o haces) esto o aquello, ¿qué me
vas a enseñar a mí?
Predicar o hablar de Dios entre la gente de
nuestro pueblo o familia es difícil pero necesario. Hace falta decir que Jesús
cuando va a su casa está precedido por la fama de sus milagros y de su palabra.
Quizás nosotros también necesitaremos, un poco, establecer una cierta fama de
santidad fuera (y dentro) de casa antes de ‘predicar’ a los de casa.
San Juan Crisóstomo añade en su comentario:
«Fíjate, te lo ruego, en la amabilidad del Maestro: no les castiga por no
escucharle, sino que dice con dulzura: ‘Un profeta sólo en su patria y en su
casa carece de prestigio’ (Mt 13,57)».
Es evidente que Jesús se iría triste de allí, pero continuaría rogando para que
su palabra salvadora fuera bien recibida en su pueblo. Y nosotros (que nada
habremos de perdonar o pasar por alto), lo mismo tendremos que orar para que la
palabra de Jesús llegue a aquellos a quienes amamos, pero que no quieren
escucharnos.
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