Cuando los expertos aluden a que
el coronavirus se puede estar debilitando no se agarran como argumento único a
un descenso numérico de los contagios, sino al hecho de que los cuadros
clínicos generados en los últimos brotes serían más leves que los registrados
en los momentos más intensos de la pandemia.
Un defensor de esta tesis sería
Juan Abarca, director de la red española de hospitales
HM, que afirmaba el 19 de mayo: «¿Qué le sucede al virus? La realidad es
que se ha atenuado, ya sea por el efecto de la radiación ultravioleta o por la
existencia de cepas mutadas más benignas. Eso, que va más allá del efecto
logrado por el confinamiento y otras medidas de salud pública, significa que el
fin de la crisis de salud, afortunadamente, se acerca más rápido de lo
esperado».
Por el momento, estas opiniones se
basan en evidencias anecdóticas. Nuestro grupo de trabajo ha intentado
confirmar o refutar la hipótesis del debilitamiento con las estadísticas
publicadas hasta finales de junio y la baja calidad de los datos disponibles
apunta tímidamente al debilitamiento, pero no presenta, desgraciadamente,
evidencia concluyente.
El aparente debilitamiento del
COVID-19 podría deberse a cualquiera de los motivos siguientes (o a la conjunción
de varios de ellos):
El propio virus podría
atenuarse
Podrían aparecer e imponerse cepas
más leves. Por el momento, sabemos que el SARS-CoV-2 es relativamente estable,
al menos mucho más que otros virus como el de la gripe, debido a que posee un
mecanismo eficiente de control de las mutaciones.
Sin embargo, esto no quiere decir
que no existan mutaciones. Se ha identificado ya una mutación que vuelve al
virus más contagioso. Por otro lado, hace algunas semanas se anunció que se
había aislado una cepa más leve en Brescia (Italia).
Además, debemos recordar que tanto
el SARS como el MERS sufrieron mutaciones que los volvieron menos agresivos. Es
clave continuar haciendo estudios de secuenciación que puedan confirmar qué
evolución está experimentando el virus. Sin embargo, que el virus se atenúe no
es la única causa posible.
Las condiciones
ambientales cambian
Las condiciones ambientales están
cambiando y estas condiciones tienen un impacto sobre la enfermedad. Se ha
hablado mucho del posible impacto de la radiación UV o la temperatura, pero
estas afirmaciones no están respaldadas por la evidencia, sino más bien en
comparaciones extraídas del comportamiento de otros coronavirus.
Los enfermos cambian
Los primeros afectados por la
epidemia tienden a ser los más débiles (en este caso, los ancianos). Una vez
que la parte más débil de la población se ha visto afectada, la epidemia podría
parecer debilitarse sólo porque la población restante es más fuerte.
Por otro lado, los más frágiles
suelen mantener un mayor distanciamiento social y siguen las recomendaciones
con mayor diligencia. Si tuviésemos datos sobre la demografía de los últimos
brotes, podríamos estudiar si estos están afectando desproporcionadamente a
jóvenes o si siguen siendo importantes los brotes en residencias, hospitales o
asilos. Es razonable pensar que este sea un factor clave en la gravedad de los
rebrotes que estamos experimentando.
Comprendemos mejor la
enfermedad
Una mejor comprensión de la
enfermedad y mejores tratamientos significarían que cada vez menos casos
progresan hacia las etapas críticas de la enfermedad. Por ejemplo, sabemos que
en las primeras etapas de la epidemia muchos casos no recibieron atención
hospitalaria hasta que la enfermedad ya había progresado a una etapa crítica.
El distanciamiento
reduce la gravedad de los casos
Por último, las medidas de
distanciamiento podrían reducir no solo el número de contagios sino su
gravedad. Este sería el caso si la intensidad de los síntomas depende de la
carga viral y la carga viral está limitada por el distanciamiento social.
Un posible debilitamiento de los
síntomas no cambia el hecho de que debamos seguir manteniendo el
distanciamiento social y que las mascarillas o la higiene de manos se hayan
convertido en una parte clave de nuestras rutinas. Es necesaria la
investigación para clarificar el posible debilitamiento, pero es aún más
urgente la publicación de los datos relacionados con la gravedad de los casos
que van emergiendo en la epidemia: no sólo necesitamos datos actualizados y
localizados de casos y muertes, sino también de hospitalizaciones o ingresos en
las áreas de cuidados intensivos. Solo así podremos determinar con claridad
nuestro próximo paso en la lucha contra la pandemia. BP
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