Texto del
Evangelio (Mt 20,1-16): En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se
parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su
viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la
viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido’.
Ellos fueron.
»Salió
de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la
tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día
entero sin trabajar?’. Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Él les dijo:
‘Id también vosotros a mi viña’.
»Cuando
oscureció, el dueño dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el
jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros’. Vinieron los
del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros,
pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno.
Entonces se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado
sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el
peso del día y el bochorno’. Él replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago
ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete.
Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer
lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?’.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».
«¿(...) vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»
Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas.
En
el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en
el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado
abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que
viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido
vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16), y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer
extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de
salvación. Resalta,
en esta parábola, la protesta de los trabajadores de primera hora. Son la
imagen paralela del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Los que
viven su trabajo por el Reino de Dios (el trabajo en la viña) como una carga
pesada («hemos aguantado el peso del día
y el bochorno»: Mt 20,12) y no como un privilegio que Dios les dispensa; no
trabajan desde el gozo filial, sino con el malhumor de los siervos.Para
ellos la fe es algo que ata y esclaviza y, calladamente, tienen envidia de
quienes ‘viven la vida’, ya que conciben la conciencia cristiana como un freno,
y no como unas alas que dan vuelo divino a la vida humana. Piensan que es mejor
permanecer desocupados espiritualmente, antes que vivir a la luz de la palabra
de Dios. Sienten que la salvación les es debida y son celosos de ella.
Contrasta notablemente su espíritu mezquino con la generosidad del Padre, que
«quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»
(1 Tim 2,4), y por eso llama a su
viña, «Él que es bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado» (Sal 145,9).
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