domingo, 20 de septiembre de 2020

Jonás, Santo

Santo del AT, 21 de Septiembre
Elogio: Conmemoración de san Jonás, profeta, hijo de Amitay (2 Re 14,25), cuyo nombre lleva un libro del Antiguo Testamento, y cuya conocida expulsión del vientre del cetáceo es presentada en el propio Evangelio como signo de la Resurrección del Señor (Mt 12,40).
 
El profeta Jonás es históricamente una figura problemática, y al estar incluido en el santoral no es posible dejar de lado las cuestiones que plantea. La primera de todas es la de su propia existencia histórica. En la actualidad el libro es reconocido unánimemente por la exégesis como una ficción literaria que tiene a un profeta como protagonista (como podría haber tenido un sacerdote, un maestro de la ley, etc.), y no como verdaderamente un libro profético. Otros libros de profetas, como el de Isaías o el de Jeremías, por ejemplo, narran la carrera y el mensaje profético de ciertos personajes que realmente existieron (aunque, al uso antiguo, la mayoría de los libros «de» los profetas no fueron escritos por ellos sino por discípulos y sus escuelas, a lo mejor a lo largo de siglos), pero en el caso de Jonás se trata de una parábola: la parábola de un profeta díscolo y contestón, testarudo y con poca penetración en los misterios divinos... ¡todo un personaje!

Tratándose de una parábola, su protagonista no necesariamente tiene que haber existido. No pretendemos que existieron en la historia un hijo pródigo y un administrador infiel, así como no pretendemos que existieran en la historia los personajes de los cuentos de ficción... más bien el hecho de que esas historias no hablen de ningún personaje que haya existido implica la gran ventaja de que sus rasgos son adaptables a cualquier persona que realmente exista... ¡sobre todo a nosotros mismos! Con facilidad nos identificamos con el hijo pródigo, o con el hijo mayor, con el administrador infiel, o con el obrero de la undécima hora, o con el de la primera; precisamente porque nunca existieron, existen siempre: siempre que alguien toma sus rasgos, cosa que ocurre a cada segundo infinidad de veces.

La «lección» de Jonás tenía que ver precisamente con eso: en una época en que Israel se iba encerrando más y más en su nacionalismo costumbrista y a la vez se lamentaba melancólicamente en que ya no había profetas como antaño, el librito muestra que lo fundamental no es la figura del profeta, sino el hecho de que se tenga abierta la mirada para aprender a leer los signos de Dios en la realidad: que a veces Dios llama a quien no queremos que llame, que a veces salva a quien nunca esperaríamos que salve, y que hay que aprender de una vez por todas la verdadera lección de los profetas antiguos: Israel tiene una misión, pero Dios es Dios de todos y para todos, también de Nínive.

Pero sucedió algo inesperado: la gente bíblica (escritores, redactores, compiladores, editores, etc.), todo ese mundo humano -no organizado pero muy coherente- que es entorno cultural de la Biblia, tiene un especial amor simbólico por el número 12. ¿Por qué? vaya a saber, los símbolos no siempre tiene «razones», pero es claro que el 12 representa todo un «ritmo interno» en el curso de la historia bíblica. Pues bien: al compilar los profetas, quedaba un grupo de once... faltaba uno, y alguien incluyó el libro de Jonás entre los profetas que nosotros llamamos «menores», y formó ese grupo que los judíos llaman «Los Doce», cuando en realidad el lugar propio de Jonás hubiera estado con Tobías, Judith, Ester, Rut, es decir, la «literatura edificante» con base en la parábola. Así comienza la confusión entre ficción y realidad. Que luego aumentó cuando la apologética cristiana comenzó a defender a ultranza cierto modo prosaico de entender los milagros bíblicos, para oponerse al excesivo «simbolismo ocultista» de las corrientes de tipo gnósticas.

San Agustín llega a decir que, aunque el milagro de Jonás en el vientre de la ballena provoca risa a los paganos, nosotros no podemos cuestionar su realidad, porque quien cuestiona una cosa cuestiona todo. Argumento por demás dudoso (las cosas son verdaderas o falsas por sí mismas, no en un pack-oferta de verdades «a bulto»), pero que, al venir con la autoridad de nada menos que san Agustín, caló tan hondo, que se seguía repitiendo como si fuera del todo lógico hasta hace relativamente pocos años. Y a esto se vino a sumar que como Jesús comparó su Pascua con el «signo de Jonás», pareció que negar la realidad histórica de ese hecho, necesariamente iba a implicar negar la realidad histórica de la Pascua de Jesús, algo completamente distinto.

Pero es muy importante recuperar hoy la figura ficcional y simbólica del profeta Jonás: porque en su realidad literaria vale para cada uno de nosotros, mientras que si hablara de un profeta del pasado, sus hechos se referirían sólo a él. Cuántos católicos lloran hoy que se van perdiendo en el mundo moderno los signos de un catolicismo que nos teníamos bien aprendido. Para todos nosotros sigue hablando la parábola del profeta tontorrón y cabezadura: Dios va a salvar por donde menos te lo esperas, y llama a quien menos te esperas.

Pero claro, el Martirologio Romano no es un tratado de exégesis, y recibió heredada de una tradición multisecular la celebración de todos los profetas bíblicos, incluyendo a «San Jonás». Se podría retirar del martirologio, como se ha hecho con muchos santos cuya historia real era muy dudosa; sin embargo, el revisor ha preferido en este caso buscarle la vuelta para no romper esa preciosa armonía (que también es belleza y también es de Dios, aunque no cumpla con los criterios de la crítica histórica) de tener en el ciclo santoral anual a todo el ciclo de profetas bíblicos. Así que aprovechando que en la ficción el autor de Jonás identifica a su personaje con un profeta antiguo, que realmente había existido en época de Jeroboam de Joás y que es ocasionalmente mencionado en 2 Reyes 14, el Santoral celebra hoy la memoria de un personaje real, a la vez que alude a la más conocida de las aventuras ficticias de Jonás (su estancia en el vientre de la ballena), sin pronunciarse sobre la realidad histórica de ese hecho, incontestablemente parabólico, tal como lo leemos hoy. Se recupera en el elogio del Martirologio Romano la relación tipológica entre el signo de la estancia en la ballena sin necesidad de que ese uso simbólico implique que haya tenido que ocurrir el hecho de tal estancia en la ballena.

En todo caso, el delicadamente redactado elogio de Jonás en el Martirologio es toda una invitación a darnos un paseo por uno de los libritos más preciosos dentro de esa «literatura marginal» surgida en los últimos tiempos del Antiguo Testamento, a la sombra de la gran tradición poética, historiográfica y profética. El punto de vista ficcional sobre esta obra (y por tanto sobre u personaje central) está hoy fuera de discusión exegética. En cambio la revalorización de su contenido y estilo están aún por hacerse, y muchos exégetas hay que no le otorgan el puesto de verdadera creación literaria que merece un libro pequeño pero cuidadosamente construido y escrito, atractivo y convocante. Su «mensaje», en todo caso, la voluntad salvífica universal, es perenne, y más valioso aun, si cabe, para los cristianos.

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