Más de uno de
cada tres estadounidenses cree que el gobierno chino diseñó el coronavirus como
un arma, y otra tercera parte está convencida de que los Centros para el
Control y la Prevención de Enfermedades exageró la amenaza del COVID-19 para
socavar al presidente Donald Trump. No hay certeza de que las cifras, tomadas de una
encuesta que divulgó el 21 de septiembre el Centro Annenberg de Políticas
Públicas de la Universidad de Pensilvania (EEUU), vayan a reducirse conforme
las comunidades comiencen a contener el virus. Sin embargo, enfatizan un
momento en que se está popularizando una clase particular de teoría
conspirativa: una creencia en que la 'historia oficial' de hecho es una gran
mentira que se propaga para beneficiar intereses oscuros y poderosos.
En los extremos,
estas teorías tienen caníbales y pedófilos satánicos (cortesía de la llamada
teoría de QAnon, que circula online); gente lagarto, disfrazada de líderes
corporativos y celebridades (con base en cuentos de secuestros alienígenas y
ciencia ficción); y, en este año de la plaga, científicos y gobiernos malvados
que conspiran para usar el COVID-19 para sus propios objetivos oscuros. Los cálculos en torno a la cantidad de
estadounidenses que creen de verdad en al menos una teoría conspirativa desacreditada
rondan el 50%, pero esa cifra podría quedarse corta. Sin embargo, los
psicólogos no comprenden muy bien el tipo de personas propensas a creer en las
teorías de las grandes mentiras, en especial las versiones que parecen sacadas
de una película de terror.
En el análisis
más extenso que se haya hecho hasta la fecha de la gente que tiende a creer en
conspiraciones, un equipo de investigación de Atlanta (EEUU) esbozó varios
perfiles de personalidad que parecen ser claros. Uno es conocido: el recolector
de injusticias, impulsivo y arrogante, que está ansioso por exponer la
ingenuidad de todo el mundo, menos la de él. Otro es menos conocido: una figura
más solitaria y nerviosa, indiferente y malhumorada, tal vez incluye a muchas
personas que son de edad avanzada y viven solas.
El análisis
también encontró, en los extremos, un elemento de patología verdadera: un
'trastorno de la personalidad', según la jerga de la psiquiatría. «Con todos
los cambios que están ocurriendo en la política, con la polarización y la falta
de respeto, las teorías conspirativas tal vez están teniendo más presencia que
nunca en la forma de pensar y en el comportamiento de la gente», opinó Shauna
Bowes, psicóloga investigadora de la Universidad Emory (Atlanta, EEUU), quien
dirigió el equipo de estudio. «Y no había un consenso en torno a las bases
psicológicas de las creencias conspirativas. En este trabajo, intentamos
abordarlo».
Claro está que
las teorías conspirativas son tan antiguas como la sociedad humana y, en las
épocas en que las comunidades eran pequeñas y vulnerables, probablemente estar
en guardia frente a la aparición de conspiraciones ocultas era un asunto de
supervivencia personal, según algunos científicos.
En la era
moderna, los académicos como Theodor Adorno y Richard Hofstadter identificaron
las creencias conspirativas y la paranoia como elementos centrales en los
movimientos políticos. Los psicólogos han empezado a tomar en serio este tema
apenas en la última década más o menos, y sus hallazgos fueron graduales y
relativamente alineados con la sabiduría popular. A menudo, la gente adopta creencias conspiratorias
como un bálsamo para un agravio profundo. Las teorías ofrecen una especie de
contrapeso psicológico, una sensación de control, una narrativa interna para
encontrarle sentido a un mundo que parece no tenerlo. Por ejemplo, la creencia en que las farmacéuticas
inventan enfermedades con el fin de vender sus productos puede ofrecer un
mecanismo para procesar un diagnóstico grave que aparece de la nada. La llegada
de la pandemia, y su inyección en la política partidista de Estados Unidos y
países extranjeros, volvió urgente una comprensión más profunda de las teorías
conspirativas, pues las creencias falsas pueden provocar que millones de
personas ignoren los consejos de salud pública.
«En realidad es
una tormenta perfecta, en el sentido de que las teorías están dirigidas a
quienes tienen miedo de enfermarse y morir o infectar a alguien más», comentó
Gordon Pennycook, un científico conductual de la escuela de negocios de la
Universidad de Regina, en Saskatchewan (Canadá). «Y esos temores distraen a la
gente y por eso no juzga la veracidad del contenido que puede leer online».
En el nuevo
estudio, titulado 'Looking Under the Tinfoil Hat' y publicado en Journal of Personality, Bowes y Scott Lilienfeld encabezaron un equipo que realizó una serie
de evaluaciones estandarizadas de personalidad a casi 2.000 adultos. Para obtener un perfil, o perfiles, de
personalidad, el equipo de investigación midió cuáles facetas de la
personalidad eran las que tenían una correlación más sólida con niveles más
altos de susceptibilidad a las creencias conspirativas. Los hallazgos al menos
tuvieron la misma relevancia para las asociaciones reveladas como para las que
no se encontraron. Por ejemplo, las
cualidades como la meticulosidad, la modestia y el altruismo estuvieron muy
poco relacionadas con la susceptibilidad de una persona. No hubo una relación
aparente con los niveles de enojo o sinceridad; tampoco la autoestima. «Consideremos
que las pruebas de personalidad no son muy buenas para medir cosas que no
comprendemos muy bien», opinó Bowes.
«El resultado no
será muy claro, en especial la primera vez». Entre los rasgos de la
personalidad que estuvieron muy relacionados con las creencias conspirativas
hubo algunos sospechosos comunes: la presuntuosidad, la impulsividad
egocéntrica, la ausencia de compasión, los niveles elevados de estados
depresivos y ansiedad (el tipo malhumorado, confinado por las circunstancias o
por su edad). Del cuestionario dedicado a evaluar los trastornos de
personalidad surgió otro rasgo: un patrón de pensamiento llamado
'psicoticismo'. El
psicoticismo es un rasgo fundamental del llamado trastorno esquizotípico de la
personalidad, que se caracteriza en parte por 'creencias extrañas y pensamiento
mágico', e 'ideas paranoicas'. En el lenguaje de la psiquiatría, es una forma
más tenue de una psicosis en estado avanzado, que tiene las alucinaciones
recurrentes características de la esquizofrenia. Es un patrón de pensamiento mágico que va mucho más allá de la
superstición común y corriente, y en términos sociales la persona suele dar la
impresión de ser incoherente, rara o 'distinta'. Con el tiempo, tal vez haya
algún científico o terapeuta que intente dar un diagnóstico sobre los devotos
de las conspiraciones de las grandes mentiras que parecen estar bastante
desconectadas de la realidad. Por ahora,
según Pennycook, basta con saber que, cuando las personas están consternadas,
es mucho más fácil que promuevan titulares o artículos sin investigar mucho sus
fuentes, si es que llegan a indagar algo. BC
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