Texto del
Evangelio (Lc 11,1-4): Sucedió
que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él
les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer
en tentación».
«Señor, enséñanos a
orar, como enseñó Juan a sus discípulos»
Comentario:
Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME (Ikenanzizi, Nigeria)
Hoy
vemos cómo uno de los discípulos le dice a Jesús: «Señor, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc
11,1). La respuesta de Jesús: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea
tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos
nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y
no nos dejes caer en tentación» (Lc
11,2-4), puede ser resumida con una frase: la correcta disposición para la
oración cristiana es la disposición de un niño delante de su padre.
Vemos
enseguida que la oración, según Jesús, es un trato del tipo ‘padre-hijo’. Es
decir, es un asunto familiar basado en una relación de familiaridad y amor. La
imagen de Dios como padre nos habla de una relación basada en el afecto y en la
intimidad, y no de poder y autoridad.
Rezar
como cristianos supone ponernos en una situación donde vemos a Dios como padre
y le hablamos como sus hijos: «Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero,
¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos,
ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de
gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y
conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría).
Cuando
los hijos hablan con sus padres se fijan en una cosa: transmitir en palabras y
lenguaje corporal lo que sienten en el corazón. Llegamos a ser mejores mujeres
y hombres de oración cuando nuestro trato con Dios se hace más íntimo, como el
de un padre con su hijo. De eso nos dejó ejemplo Jesús mismo. Él es el camino.
Y,
si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil te será! De hecho, «la
contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del
Hijo le pertenece de un modo especial (...). Nadie se ha dedicado con la
asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo» (Juan Pablo II).
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