Hemos hablado de voluntarismo, y ahora seguimos con
algunos otros errores en la educación de la voluntad. Todos ellos pueden darse
de forma más o menos intensa o permanente en cualquier persona sin llegar a
suponer una patología importante.
La impulsividad se manifiesta en diversos rasgos:
tendencia a cambiar demasiado de una actividad a otra; propensión a actuar con
frecuencia antes de pensar; dificultad para organizar las tareas pendientes;
excesiva necesidad de supervisión de lo que uno hace; dificultad para guardar
el turno en la conversación o en cualquier situación de grupo; tendencia a
levantar la voz o perder el control ante algo que contraría; etc.
Las tendencias de estilo compulsivo, por el
contrario, suelen ser reflexivas y metódicas, a veces incluso acompañadas de un
fuerte debate interior. Por ejemplo, una persona puede sentirse en la necesidad
de comprobar tres veces que han quedado las luces apagadas o que está cerrada
la llave del gas o la puerta de la calle. O puede sentirse impelida a hacer a
su hijo o a su marido varias veces una advertencia que sabe que ya ha reiterado
sobradamente, pero que no logra quitarse de la cabeza. O siente envidia, o
celos, o animadversión hacia algo o alguien por unos motivos que, cuando los
piensa, comprende que son absurdos.
Esa persona puede llegar a percibir con bastante
claridad la falta de sentido de esos hechos o actitudes, e incluso tratar de
oponerse, pero al final prefiere ceder para calmar la ansiedad de la duda sobre
si ha cerrado bien la puerta, ha olvidado decir o hacer algo, o lo que sea. Ve
cómo los pensamientos no deseados se entrometen, y aunque entiende que son
inapropiados o estúpidos, la idea obsesiva sigue presente. Son ocurrencias no
dirigidas que parecen horadar el pensamiento e instalarse en él: unas personas
son absorbidas por un sentido crítico excesivo que les hace ver con malos ojos
a los demás; otras sufren un perfeccionismo que les hace seguir interminables
rituales con los que pierden eficacia y sentido práctico; otras caen en la rumiación
constante de lo que han hecho o van a hacer, y eso les lleva al resentimiento o
al escrúpulo; etc.
Esos
pensamientos –preocupaciones, apetencias, autoinculpaciones, quejas, círculos
analíticos sin salida, etc.– pueden llegar a ser como un malestar que no se
alivia con ninguna distracción, una angustia que impregna todo. Cualquier cosa,
por mínima que sea, revoca la decisión que tomamos de no dar más vueltas al
asunto y aceptarlo como es. Cuando esas patologías son graves pueden
manifestarse en enfermedades serias, como la ludopatía (juego patológico),
cleptomanía (robo patológico), piromanía (afán incendiario patológico),
prodigalidad (gasto compulsivo), etc.
En
las tendencias impulsivas o compulsivas, a la voluntad le falta capacidad para
detener el impulso (unas veces porque no lo advierte a tiempo, otras porque no
logra zafarse de sus ocurrencias intempestivas). En cambio, hay muchas otras
ocasiones en que el problema es precisamente lo contrario: la incapacidad de la
voluntad para decidir y pasar a los hechos.
Es
el caso de las personas prisioneras de la perplejidad, que nunca saben qué
opción tomar. O que fluctúan constantemente entre una opción y otra. O que les
cuesta mucho mantener las decisiones tomadas, normalmente por falta de
resistencia para soportar la frustración ordinaria de la vida. Como es natural,
esas capacidades también pueden estar hipertrofiadas, como es el caso de la
terquedad, en la que la capacidad para enfrentarse a la dificultad está
desorbitada o mal dirigida.
Muchas de esas carencias relativas a la voluntad
tienen bastante que ver con los miedos interiores del hombre. La respuesta a
esos estímulos del miedo –afirma José Antonio Marina– no surge de forma
mecánica, como en los animales, sino que el estímulo se remansa en el interior
del hombre y puede ser combatido o potenciado. La atención puede quedar
perturbada, y puede costar trabajo pensar en otra cosa, pues la memoria evoca
una y otra vez la situación, u otras pasadas similares, pero siempre cabe poner
empeño por educar esos sobresaltos interiores.
La voluntad de cada persona es el resultado de toda
una larga historia de creación y de decisiones personales. No podemos llegar a
tener un control directo y pleno sobre ella, pero sí un cierto gobierno desde
nuestra inteligencia. Todos somos abordados continuamente por pensamientos o
sentimientos espontáneos del género más diverso, pero una de las funciones de
nuestra inteligencia es precisamente controlarlos. AA
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