Mártir, 02 de
Abril
Elogio: En la misma
ciudad de Cesarea de Palestina, pasión de santa Teodora, virgen, natural de
Tiro, que en la misma mencionada persecución, por haber saludado a los
confesores de la fe que estaban de pie ante el tribunal, rogándoles que al
llegar ante el Señor se acordasen de ella, fue detenida por los soldados y
llevada ante el mismo prefecto, por mandato del cual fue torturada con atroces
tormentos y arrojada finalmente al mar.
Aunque Apiano y Teodosia, por razones
históricas y de culto, tienen entradas distintas en el Martirologio el mismo
día, provienen de la misma tradición: Entre los mártires de
Palestina, a los que Eusebio de Cesarea conoció personalmente y cuyos
sufrimientos describió, se cuentan dos, cuya tierna edad impresionó
especialmente al escritor. Uno era Apiano, joven de veinte años y la otra era
una muchacha de dieciocho años, llamada Teodosia.
Apiano había nacido en Licia y
había estudiado en la famosa escuela de Berytus de Fenicia, donde se había
convertido al cristianismo. A los dieciocho años se fue a vivir a Cesarea. Poco
después, el gobernador de la ciudad recibió la orden de exigir que todos los
habitantes ofreciesen sacrificios públicos. Al tener noticia de ello, Apiano,
sin comunicar a nadie sus planes -«ni siquiera a nosotros», dice Eusebio, que
vivía entonces con él-, se dirigió al sitio en que el gobernador Urbano estaba
ofreciendo sacrificios y logró llegar hasta él, sin que los guardias lo
advirtiesen. Tomando a Urbano por el brazo, le impidió ofrecer el sacrificio y
clamó contra la impiedad que cometía quien abandonaba el culto del verdadero
Dios para adorar a los ídolos. Los guardias se lanzaron sobre Apiano y le
molieron a puntapiés; después le arrojaron en un oscuro calabozo, donde pasó
veinticuatro horas con apretados grilletes en los tobillos. Al día siguiente
tenía el rostro tan hinchado, que era imposible reconocerle. El juez mandó
desgarrarle con garfios hasta los huesos, de suerte que las entrañas del santo
quedaron a la vista. A todas las preguntas respondía de la misma manera: «Yo
soy siervo de Cristo». Después se le aplicaron en las plantas de los pies
lienzos mojados en aceite hirviente; pero, por más que le quemaron hasta los
huesos, no consiguieron vencer su constancia. Cuando los guardias le decían que
ofreciese sacrificios a los dioses, Apiano respondía: «Yo confieso al Cristo,
el Dios verdadero que es uno con el Padre». Al ver que no flaqueaba en su
resolución, el juez le condenó a ser arrojado al mar. Inmediatamente después de
ejecutada la sentencia, ocurrió un milagro que, según dice Eusebio, tuvo lugar
en presencia de toda la población, ya que un violento temblor arrojó a la playa
el cuerpo del mártir, a pesar de que los verdugos le habían atado al cuello
losas muy pesadas.
Teodosia parece haber sido
también martirizada durante la persecución de Maximino. Eusebio describe así su
triunfo: «A los cinco años de persecución, el ... cuarto día después de las
nonas de abril, que era la fiesta de la Resurrección del Señor, llegó a Cesarea
una joven muy santa y devota, llamada Teodosia, originaria de Tiro. Teodosia se
aproximó a unos prisioneros que estaban esperando la sentencia de muerte
delante del pretorio, con la intención de saludarles y, probablemente también,
de pedirles que no la olvidasen al llegar a la presencia de Dios. Los guardias
cayeron sobre ella como si hubiese cometido un crimen y la arrastraron ante el
presidente, quien se dejó llevar por la crueldad y la condenó a terribles
tormentos; los verdugos le desgarraron los costados y los pechos hasta dejar
los huesos al descubierto. La mártir respiraba todavía y su rostro reflejaba
una deliciosa sonrisa, cuando el presidente mandó que la arrojasen al mar».
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