Los síntomas más habituales son, además de rubor:
· Ansiedad.
· Enrojecimiento facial.
· Sudoración profusa (hiperhidrosis).
Además de estos síntomas, las personas afectadas suelen presentar otras manifestaciones físicas, tales como palpitaciones o temblor y es frecuente que presenten déficits en las habilidades sociales, con tendencia a aislarse, así como una autoestima deteriorada. En este contexto, el problema suele radicar en la importancia que la persona da al síntoma (el rubor, la hipersudoración...), la atención excesiva que presta a sus sensaciones internas y las atribuciones o interpretaciones que hace de los mismos.
Técnicas para su control:
El planteamiento que se realiza es de tipo multidisciplinar, con la participación de especialistas en dermatología y psicología, que analizan las características individuales del paciente y del problema que presenta antes de proponer el tratamiento.
Desde el punto de vista psicológico, se trabaja con los pensamientos y las atribuciones o interpretaciones que la persona realiza de sus síntomas para rebatir sus creencias erróneas, porque estas repercuten en la intensidad de los síntomas que presenta. Se enseñan técnicas para el manejo y control de la ansiedad y se realiza un programa de exposición paulatina a las situaciones temidas.
En el caso de que los tratamientos dermatológicos y psicológicos no den los resultados deseados, se plantea un abordaje psiquiátrico con un tratamiento psicofarmacológico.
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