Texto del Evangelio (Lc 14,1-6): Un sábado, Jesús fue a casa de uno de los jefes
de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de
Él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los
fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?». Pero ellos se callaron. Entonces
le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se
le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?».
Y no pudieron replicar a esto.
«¿Es lícito curar en
sábado, o no?»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy fijamos nuestra atención en
la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: «¿Es lícito curar en
sábado, o no?» (Lc 14,3), y en la
significativa anotación que hace san Lucas: «Pero ellos se callaron» (Lc 14,4).
Son muchos los episodios
evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es
notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese
pecado —la falsa apariencia, el engaño vanidoso—, que se sitúa en las antípodas
de aquel elogio de Cristo a Natanael: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en
quien no hay engaño» (Jn 1,47). Dios
ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario,
rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la
hipocresía.
Lo significativo de la pregunta
del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia
que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado
por Jesús. El cumplimiento de la Ley judaica —mera atención a la letra con
menosprecio del espíritu— y la fatua presunción de su conducta intachable, les
lleva a escandalizarse ante la actitud de Cristo que, llevado por su corazón
misericordioso, no se deja atar por el formalismo de una ley, y quiere devolver
la salud al que carecía de ella.
Los fariseos se dan cuenta de
que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. En este pasaje
resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es
seguimiento de Cristo —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento
legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden
directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera
legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de
pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.
Dejemos que la encantadora
sencillez de la Virgen María se imponga en nuestras vidas.
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