El mundo moderno nos bombardea con noticias y ruidos, con
músicas y discusiones, con ‘blogs’ y mensajes de todo tipo. Al mismo tiempo,
nuestros corazones generan pensamientos y emociones que aturden y arrastran,
que encandilan y casi ‘drogan’ nuestro espíritu. La semilla no puede dar fruto si el alma vive
prisionera de mil preocupaciones, angustias, apegos, zozobras. Para que la
semilla empiece su camino vigoroso, antes hay que escardar, limpiar, zanjar,
proteger el terreno del espíritu.
Escuchar la Palabra, el mensaje de Dios a los hombres, es
imposible si nos faltan espacios de silencio. Como explica el Papa Benedicto
XVI, “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e
interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la
impresión de que hay casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación
de masa, aunque sólo sea por un momento. Por eso se ha de educar al Pueblo de
Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de
Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del
recogimiento y del sosiego interior” (exhortación
apostólica postsinodal “Verbum Domini”, n. 66).
Si adoptamos una sana actitud de silencio, el corazón empieza
a estar abierto a la acogida de la Palabra de Dios, como la Virgen, como los
santos. Así lo explica el Papa: “La gran tradición patrística nos enseña que
los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede
encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del
silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar esta escucha
auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt” (“Verbum Domini”, n. 66).
Esto vale, como señala Benedicto XVI en el texto antes
citado, de modo especial para la Liturgia: “Este valor ha de resplandecer
particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal
manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe
considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores
a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda
del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (“Verbum Domini”, n. 66).
Si pasamos a través de los dinteles del silencio y del
recogimiento, interno y externo, entramos en la escuela en la que habla el
verdadero Maestro, Jesucristo. Él está, respetuosamente, junto a la puerta de
nuestros corazones. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre,
entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20).
Por eso, al finalizar el texto de la exhortación “Verbum
Domini”, el Papa invita a todos los católicos a fomentar un clima adecuado a la
escucha con la ayuda del silencio.
“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y
meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga
morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida.
De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra
del Señor que permanece eternamente (cf. 1Pe 1,25; Is 40,8). Y también nosotros
podemos entrar así en el gran diálogo nupcial con que se cierra la Sagrada
Escritura: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’. Y el que oiga, diga:
‘¡Ven!’... Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’. ¡Amén!
‘Ven, Señor Jesús’» (Ap 22,17.20)” (“Verbum Domini” n. 124). FP
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