Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma
al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos
en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me
llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los
que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios
en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había
anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los
siglos».
María
permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.
«Engrandece mi alma al
Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»
Comentario: Rev. D. Francesc PERARNAU i
Cañellas (Girona, España)
Hoy, el Evangelio de la Misa
nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de
alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las
palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella
conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero
ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más
profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos
muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la
Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel
mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas
sus bondades.
María se ha beneficiado de la gracia
más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido
elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de
aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es
el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con
una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y
que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha
obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49).
Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de
una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que,
día tras día, arrastramos las consecuencias.
Estamos llegando ya al final
del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María
quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre
—queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos
ayudará si se lo pedimos con confianza.
Pensamientos para el
Evangelio de hoy
«María dijo: ‘Proclama mi alma
la grandeza del Señor’. Por ello —Ella dice— ofrezco todas las fuerzas del alma
en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi
inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene
fin» (San Beda el Venerable)
«En casa de Isabel y Zacarías,
escuchamos el “Magnificat”, este gran poema que nos llega de los labios, mejor
dicho, del corazón de María, inspirado por el Espíritu Santo. ‘Mi alma engrandece
al Señor’… María es grande precisamente porque no quiso hacerse grande a sí
misma» (Benedicto XVI)
«Adorar a Dios es reconocer, en
el respeto y la sumisión absoluta, la “nada de la criatura”, que sólo existe
por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como
hace María en el “Magnificat”, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes
cosas y que su nombre es santo. La adoración del Dios único libera al hombre
del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del
mundo» (Catecismo de la Iglesia Católica,
nº 2.097)
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