El matrimonio está en crisis, con España a la cabeza de
Europa. Se casan menos, se rompe ritmo hiperlumínico y a cara de perro, porque
también crecen los divorcios contenciosos. La nueva ley del divorcio, que ha
convertido el contrato matrimonial en nada, ha fracasado en lo que era su
finalidad anunciada: conseguir que el proceso de divorcio fuera menos conflictivo.
¿De dónde surge este problema en torno al matrimonio que a
tantos parece contagiar? De toda la variedad de respuestas posibles una es
decisiva. Se produce porque estamos ante la crisis del amor.
Uno de los vicerrectores la Universitat Abat Oliba, el Dr.
Marcin Kazmierczak, tiene un texto breve e interesante. Se llama “El Amor en la
Literatura”, que proporciona un instrumento para interpretar las causas
primarias del gran número de rupturas matrimoniales. El relato explica tres
tipos de amor. Uno, el hedonista, cuyo motor es el placer, sobre todo sexual,
donde la realización entendida sólo como la satisfacción inmediata del propio
deseo resulta una práctica egocéntrica, demoledora de toda relación estable.
Constituye una vía segura a la soledad, que hace al individuo más dependiente
del Estado, y más débil la sociedad.
Un segundo tipo posee el oropel del amor romántico, donde
solo juega la afectividad, marginando toda razón que permita construir una
relación estable. Solo perdura cuando no se realiza y no debe afrontar el
desgaste cotidiano de la vida en común. El hedonista y el romántico comparten
semejanzas. La más destacada es la satisfacción del propio deseo sin reparar en
las consecuencias sobre el otro. Quizás por eso, Charles Taylor sitúa al romanticismo
como una de las componentes del hedonismo expresivo, que culmina en la sociedad
desvinculada que tantos males nos produce.
Una tercera forma de amar nace del don, de la entrega.
Citando a Thomas More, Kazmierczak lo define como un amor incondicional que
busca el bien del otro de manera desinteresada. Valora lo sexual y lo afectivo
como componentes importantes, pero no los absolutiza. Utiliza la virtud y la
recta razón para construir una felicidad estable, consciente de que una
relación de entrega exigirá paciencia, capacidad de perdón y humildad para ser
perdonado. “Es paciente, bondadoso, no es presumido, ni orgulloso. No es
grosero, ni egoísta, no se irrita, nunca se venga. No se alegra con la mentira,
y si en la verdad. Todo lo excusa, lo espera, lo soporta”. Así definió el amor
Pablo de Tarso en el año 58. Sigue siendo cierto. Este es el vínculo fundante
de todos los bienes, y su destrucción la consecuencia más dañina de lo que la
cultura de la desvinculación está haciendo contra nosotros. FL
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