martes, 21 de diciembre de 2021

La destrucción del amor…

El matrimonio está en crisis, con España a la cabeza de Europa. Se casan menos, se rompe ritmo hiperlumínico y a cara de perro, porque también crecen los divorcios contenciosos. La nueva ley del divorcio, que ha convertido el contrato matrimonial en nada, ha fracasado en lo que era su finalidad anunciada: conseguir que el proceso de divorcio fuera menos conflictivo. 
¿De dónde surge este problema en torno al matrimonio que a tantos parece contagiar? De toda la variedad de respuestas posibles una es decisiva. Se produce porque estamos ante la crisis del amor. 
Uno de los vicerrectores la Universitat Abat Oliba, el Dr. Marcin Kazmierczak, tiene un texto breve e interesante. Se llama “El Amor en la Literatura”, que proporciona un instrumento para interpretar las causas primarias del gran número de rupturas matrimoniales. El relato explica tres tipos de amor. Uno, el hedonista, cuyo motor es el placer, sobre todo sexual, donde la realización entendida sólo como la satisfacción inmediata del propio deseo resulta una práctica egocéntrica, demoledora de toda relación estable. Constituye una vía segura a la soledad, que hace al individuo más dependiente del Estado, y más débil la sociedad. 
Un segundo tipo posee el oropel del amor romántico, donde solo juega la afectividad, marginando toda razón que permita construir una relación estable. Solo perdura cuando no se realiza y no debe afrontar el desgaste cotidiano de la vida en común. El hedonista y el romántico comparten semejanzas. La más destacada es la satisfacción del propio deseo sin reparar en las consecuencias sobre el otro. Quizás por eso, Charles Taylor sitúa al romanticismo como una de las componentes del hedonismo expresivo, que culmina en la sociedad desvinculada que tantos males nos produce. 
Una tercera forma de amar nace del don, de la entrega. Citando a Thomas More, Kazmierczak lo define como un amor incondicional que busca el bien del otro de manera desinteresada. Valora lo sexual y lo afectivo como componentes importantes, pero no los absolutiza. Utiliza la virtud y la recta razón para construir una felicidad estable, consciente de que una relación de entrega exigirá paciencia, capacidad de perdón y humildad para ser perdonado. “Es paciente, bondadoso, no es presumido, ni orgulloso. No es grosero, ni egoísta, no se irrita, nunca se venga. No se alegra con la mentira, y si en la verdad. Todo lo excusa, lo espera, lo soporta”. Así definió el amor Pablo de Tarso en el año 58. Sigue siendo cierto. Este es el vínculo fundante de todos los bienes, y su destrucción la consecuencia más dañina de lo que la cultura de la desvinculación está haciendo contra nosotros. FL

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