En algún punto
o momento de nuestras vidas hemos tenido anhelos de todo tipo. Hemos querido
tener ese ‘algo’ porque pensamos que nos va a hacer felices o porque pensamos
que nos va a resolver nuestros problemas; cuando simplemente nos va satisfacer
nuestro egoísmo. Todos los seres
humanos en un momento de su vida se enfrentan a momentos difíciles como el
sufrimiento por alguna decisión o la muerte o una enfermedad.
Recientemente
me sucedió algo que me dio un gran golpe emocional. Había trabajado muy duro
durante meses para que una situación se me diera a nivel profesional. Según yo,
todo el tiempo que había estado invirtiendo y todas las actitudes que había
tenido eran suficientes para poder alcanzarlo. En esos momentos hablaba con
alguien muy especial sobre las distintas razones que podrían ser la respuesta a
esta situación que no se estaba dando como yo lo quería. Fue ahí cuando me
detuve a pensar en la delgada
línea que existe entre el ‘por qué’ y el ‘para qué’. Saberlo diferenciar es
difícil y más aún encontrarle significado o entenderlo.
Cualquiera
podría ponerse triste o enojado por no haber obtenido lo que quería, pues es lo
más normal que le suceda a uno como respuesta. Pero gracias a ese ‘para qué’,
he logrado ir entendiendo un poco más de mi papel en este camino. He ido
entendiendo dos cosas muy importantes, pero que a la vez son también difíciles
de entender, por seres humanos que somos.
La primera es
gracias a lo que llaman virtudes. Hay varios tipos y entre ellas tenemos las
teologales y morales. De estas veremos las teologales; que son la fe,
caridad y la esperanza. Las morales son la justicia, prudencia, templanza y
fortaleza. Estas virtudes son dones que Dios nos da para contrarrestar los
impulsos naturales inclinados al egoísmo, placer y comodidad.
-Gocémonos en la esperanza, soportemos el sufrimiento, seamos constantes
en la oración. (Romanos 12:12)
La esperanza es
la que nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad. Y
corresponde a ese anhelo que Dios ha puesto en el corazón del ser humano. Con
ella concretamos la firme confianza en que Dios nos dará las gracias que
necesitamos porque nos ama y porque es fiel a la promesa. Fundamentada en la
seguridad y en su poder infinito. Sin ella, perdemos la visión de la vida
eterna y no le encontraríamos ese sentido de trascendencia.
Con la esperanza voy a poder estar seguro que mis planes, si los pongo en
manos de Dios, no van a ser inciertos pues tengo esa seguridad en algo futuro
prometido por el mismo Dios. ¿Qué más que la plena confianza
en Dios?
Un personaje
muy claro de la Biblia que nos puede enseñar sobre la esperanza es Job. El era
un hombre que tenía muchas cosas: tenía ganado, casa, familia y dinero. Luego a
él se le prueba su fidelidad hacia Dios quitándole todos sus bienes, con
padecimiento de enfermedades mortales y hasta la muerte de sus familiares. Aún
así, él sale triunfante de todas estas pruebas.
Luego hay que entender el ‘para qué’. Aquí cada uno tiene que ponerse a
valorar y hacer un examen de conciencia para ver qué es en lo que está fallando
o qué no está haciendo bien. Personalmente me ayudó para
entender que en lo que yo debía de trabajar más era en la humildad. Tal vez
para otros sea la prudencia o la caridad. En fin, cada uno tiene alguna otra
virtud por la cual trabajar. Y pueden ser no solo virtudes, puede ser un
sentimiento o una actitud. Este ejercicio me hizo discernir cuál era esa parte
en la que debía trabajar.
En vez de sentarme a preguntarle a Dios el ‘por qué’ de lo que me había pasado,
empecé a preguntarme el ‘para qué’; y fue cuando logré entender un
poco lo que Él estaba tratando de decirme o explicarme. Siempre hay que
dirigirlas hacia Dios y no contra Él. Saber cuál es nuestro papel en estas
situaciones es un punto importante de entendimiento y de confianza que tenemos
que ir aprendiendo. Tener fe es asumir ese riesgo de la ceguera y entrar en el
amor, a pesar de todo. Aprendí que puedo trabajar en la fe cuando vivo la
humildad de cara a mi relación con Dios, reconociendo lo necesitado que estoy
del Él.
A veces hay momentos donde puedo volver a la incertidumbre pero es cuando
más requiero de un momento de oración y de silencio para seguir teniendo
esperanza que todo va a salir de la mejor manera posible. En
nuestros silenciosos ratos de oración, pidámosle por ese ‘para qué’. Asumamos con humildad sea cual sea el
desenlace. Seamos como Job cuando le fue pasando cada trago amargo
y demostremos esperanza en cada etapa de nuestra vida. Y es que cuando tengo
más fe y esperanza es que los resultados llegan más rápido y claramente.
“La puerta del cielo es muy baja; solo los humildes pueden entrar por
ella” –Santa Elizabeth Ann Seton. FO
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