Mucho tiempo viví en una región
caracterizada por la crianza de los puercos. Eran de primerísima calidad y su
exportación abundante. Esto obligaba a todos los poseedores de granjas a tener
cada día más cuidado y atención en la alimentación, higiene y prevención de
enfermedades tanto de las puercas de cría como de los lechones. Así los
trabajadores tenían que desinfectarse antes de entrar y salir de la granja,
tener mucho cuidado en vacunas, en temperatura, y un sinnúmero de atenciones.
Los trabajadores, siempre bromistas y de agudo ingenio, llegaban a afirmar que
el dueño tenía más cuidado de sus cerdos que de sus hijos.
Y él respondía, con el mismo humor, “es que mi hijos sólo me quitan dinero,
en cambio mis puerquitos me lo dan”. Pero detrás de todas estas frases se
esconde una ideología perversa que se nos ha ido metiendo en el corazón, que
nos lleva a dar la primacía a los bienes materiales. Muchas veces me he puesto
a imaginar si el demonio que había invadido el corazón de aquel hombre no sería
el deseo del dinero y del poder.
La narración está llena de detalles que pueden distraernos, pero es verdad
que cuando el demonio se mete en nuestro corazón nos manipula, nos esclaviza y
nos destruye. Y parecería que con nada se puede detener. ¿Hemos visto el comportamiento de un hombre
dominado por la ambición? Baste traer a la memoria los crímenes
diarios que nos asombran y asustan. Parecen tener el mismo origen: la ambición,
poder, ceguera, odio… Son los modernos demonios que a todos nos amenazan. Ojalá
que nosotros no pronunciemos aquellas palabras que brotan primero de la boca de
los demonios: ¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios?, y que después se
transforman en rechazo y petición para que se aleje de la comarca. Al contrario abramos nuestro corazón pidamos que
venga, nos purifique, nos ilumine y nos libere de todo mal. ED
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