Imaginemos cómo sería el mundo si no hubiera cielo. Este mundo que está lleno de sufrimiento y mal quedaría reducido a un absurdo si no hubiera algo más allá que le diera sentido. Todos hemos experimentado momentos difíciles en la vida: la muerte de un familiar, una enfermedad grave, alguna incomprensión de nuestros seres queridos, o el resultado insatisfecho de un proyecto personal. ¿Para qué tantas lágrimas y dolores? Si estamos destinados al sufrimiento, ¿por qué vivir en un mundo donde parece que todo lo que nos rodea nos podrá trae penas? Mejor ahorrarnos las tristezas y acabar con todo para siempre, o al menos esa es la salida que algunos toman cuando pierden la esperanza.
Casi lo mismo sucedería si vemos el otro lado de la moneda. Aunque en el mundo hay sufrimientos y lágrimas, también hay risas y alegrías. A todos nos gusta pensar en el amor tierno de una madre a su hijo, o en el sacrificio que muchos han hecho para salvar sus seres queridos. Pero al ver todo esto, nos damos cuenta del aguijón que acompaña nuestra condición humana. Estas alegrías y risas también se acabarán algún día. ¿Acaso esta madre que ama, no es mortal, y cuando se vaya no va a dejar un vacío en alguien? Si no hay cielo, estas alegrías terminan para siempre.
Así contemplamos lo agridulce de la existencia humana, que parece a veces más agria que dulce. Afortunadamente sólo estamos imaginando que no hay cielo, porque de hecho sí lo hay. El pensamiento de una vida eterna da sentido a toda nuestra vida. Los sufrimientos, que no cesarán por el simple hecho de que haya un cielo, se verán paliados frente a la certeza de que nos espera un lugar donde ya no habrá más lágrimas y dolores, donde Dios mismo secará nuestras lágrimas. El sufrimiento del Hijo de Dios en la cruz, fue la prueba más grande de su amor y con ella dio sentido a nuestro sufrimiento.
Las alegrías pasan también a otro plano, pues nos preparan para el lugar donde las tendremos eternamente. Cuando alguien muere nos duele el pensamiento de que ya no está más con nosotros, que todo se ha acabado. Sin embargo, en el cielo podremos encontrarnos de nuevo a todos nuestros seres queridos y estaremos juntos para siempre gozando de la mayor alegría de todas: estar con Dios para siempre.
No debemos caer en el error de pensar la esperanza en el cielo como una droga paliativa para los dolores de la vida. El cielo es algo real y no un simple cuento de niños. Desde antes de la venida de Cristo muchos pensadores, especialmente los filósofos griegos, afirmaban la existencia de un más allá, una vida después de la muerte. También tenemos el testimonio de muchas personas que, sin ser ingenuas, han dado todo, incluso la vida, por llegar al cielo. Jesús mismo nos prometió que iría a preparar una morada para nosotros en la casa de su Padre y con su resurrección nos lo confirma.
La realidad de un cielo al final de esta vida ayuda a vivir mejor, pues la felicidad pasajera de esta tierra será plena en la vida eterna; así que deja de imaginar que no hay cielo y mejor recuerda que existe de verdad. DM
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