Texto del
Evangelio (Lc 9,11b-17): En aquel
tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían
necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose
los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas
del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar
deshabitado». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a
comprar alimentos para toda esta gente». Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a
sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron
acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando
los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba
dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos
hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
«Dadles vosotros de comer»
Comentario:
Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)
Hoy es el día más grande para el corazón de un
cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la
institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto
Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes,
tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos
hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía.
Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos
de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo
lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan
humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde
en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas.
Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un
pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan
milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los
que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que
les habían sobrado: doce canastos» (Lc
9,17).
Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser
imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este
divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un
encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de
las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo
bien».
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a
advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado:
la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la
corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la
frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a
visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor
en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la
pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de
los santos.
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