Pregunta: Tuve que estar internado en Terapia Intensiva y
con el coronavirus no podía recibir visitas. Se me hizo muy difícil y descubrí
lo importante que es sentir las caricias de la familia. Me angustiaba y
lagrimeaba más por eso que por el problema cardíaco que tenía. RE.
El médico psiquiatra canadiense Eric Berne
(1910-1970), creador del análisis transaccional, definió como caricia a cualquier acto que implique el reconocimiento de la
presencia del otro, aportando así una definición más amplia que la que
vincula el término a un gesto físico y permitir incluir también las caricias
psicológicas (una mirada, un gesto amable, una sonrisa). En este marco, y sin
ninguna duda, todo ser humano
necesita caricias, es decir, estímulos intencionales –tanto físicos como
afectivos y sociales– para sentirse reconocido y desarrollar su
autoestima de una manera sólida. La
ausencia de caricias debilita el estado anímico y produce enfermedades físicas
o psicológicas.
Sin embargo, muchas personas viven y sobreviven en un estado de ausencia de caricias,
e incluso no son conscientes de la importancia de esta carencia.
Cuando un niño sufre privaciones afectivas
significativas (por ejemplo, falta de figura materna, abandono, falta de
contacto físico, etcétera), sea por las razones que fueren, se producen crisis agudas de ansiedad,
sentimientos de tristeza, miedos de distintos nivel de gravedad o hasta
la muerte, según sea la intensidad del sufrimiento que padezca.
Si estas emociones pueden resultar demasiado
intensas para las inmaduras posibilidades del niño, comprometen su organización psíquica y pueden
llegar a provocar el llamado trastorno reactivo de la vinculación, que
puede ser determinante en su futura personalidad.
Según el Colegio de Psicólogos de España, en el
niño se pueden dar las siguientes etapas:
1) Si el chico se encuentra en un ambiente
adecuado, con abundantes caricias positivas y junto a los padres, el grupo
familiar y con sus necesidades básicas cubiertas (tanto a nivel material como
en el plano psicológico), aprenderá
a estar bien y percibirá que sus padres también lo están con él.
2) Pero si esto no ocurre, y el niño no recibe las caricias que necesita,
las buscará con conductas que sean en su ambiente susceptibles de premio: será obediente,
respetuoso, ordenado, o de cualquier otra manera que aprecien o conforme a los
padres. Es decir, que conseguirá reconocimiento, pero a condición de hacer lo
que los otros esperan y, por lo tanto, aprenderá en el futuro a sentirse bien
cuando realiza lo que quieren o esperan los demás.
3) Si esta conducta de adaptación tampoco le
permite lograr las caricias necesarias, el niño realizará conductas
susceptibles de castigo: será
díscolo, opositor, desafiante o agresivo a fin de obtener reproches y
castigos que, al menos, sirvan como forma de reconocimiento para nutrir
su hambre de atención.
4) Puede todavía ocurrir que también estos comportamientos le lleven al fracaso en su
deseo de satisfacer su primaria necesidad de caricias.
Es posible, entonces, que
somatice su intranquilidad interior y se enferme, o que se
autolesione, o que tenga frecuentes accidentes. Podrá, de esta manera, obtener lástima o rechazo y se habituará,
así, a estar mal suponiendo que de esa forma conseguirá ser visto o
tenido en cuenta. EM
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