Sería absurdo
acusar de intolerancia a quienes prohíben la difusión de ideas racistas. ¿Por
qué no reconocer que tampoco hay intolerancia en quienes luchan a favor de los
hijos por nacer y piden la prohibición del aborto?
En muchos
países, desde una decidida defensa de la dignidad de los seres humanos, los
racistas saben que no pueden exponer sus ideas en público. Ello no quita que
existan racistas, incluso que lleguen a ser muchos. Pero la sociedad en su
conjunto, y las autoridades públicas, actúan con firmeza para que nunca los
defensores del racismo puedan divulgar sus creencias.
Este modo de
actuar no es intolerante, porque arrinconar e incluso perseguir a quienes
difunden el racismo es un modo concreto (no el único, desde luego) para
promover sociedades más justas y abiertas a quienes tienen una misma dignidad
humana aunque sean de una raza diversa de la propia.
Por desgracia,
como ya se dijo, los racistas existen, y a veces están muy presentes en algunos
pueblos. Desde la búsqueda de la justicia, y desde un modo sano de entender la
tolerancia, se les impide expresarse o actuar según sus convicciones
personales. De este modo, se garantiza el bien común y se pone un dique a ideas
y actitudes que pueden causar serios daños sobre inocentes.
Lo anterior
vale también para el tema del aborto. Existen personas dispuestas a abortar: el
hecho es innegable. Existen, además, otras personas que consideran el aborto
como algo que debe ser permitido en la vida pública. Incluso hay quienes no
sólo defienden el aborto como si fuera un derecho, sino que etiquetan como
intolerantes a quienes les llevan la contraria.
La
intolerancia, sin embargo, se encuentra en los mismos abortistas, no en quienes
trabajan contra el aborto. Porque los defensores del aborto, con sus ideas y
sus actuaciones, buscan que sea posible el que unos, los fuertes, tengan plena
libertad para eliminar a los seres humanos más débiles e indefensos, los hijos
antes de nacer. Y porque muchas veces los abortistas disfrazan sus proyectos
asesinos con falsos ropajes de tolerancia, con lo que no sólo promueven el
delito como derecho (según denunciaba el Papa Juan Pablo II en la encíclica
“Evangelium vitae”), sino que abusan de la correcta idea de tolerancia para
imponer su punto de vista y para marginar la acción de los defensores de la
justicia.
Las sociedades
y los pueblos empiezan a ser justos y buenos cuando tutelan la vida y los
derechos fundamentales de todos. Por lo mismo, junto a la lucha enérgica contra
el racismo hace falta poner en marcha un trabajo serio y decidido para que el
aborto sea visto en toda su injusticia. De este modo se habrá dado un paso
importante para tutelar de modos eficaces y concretos las vidas de los hijos,
así como para ayudar a las madres en dificultad, de forma que acojan a sus
hijos y se sientan realmente apoyadas en la tarea de educarlos y atenderlos de
la mejor manera posible. FP
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