El padre abad
se sentó y empezó a escribir.
“Te mando un
saludo, Sergio, para continuar la conversación tan interesante que empezamos el
lunes pasado.
Entonces me
dijiste dos ideas. Primero, que la vida se sustenta siempre sobre las mismas
bases: suelo, aire y agua. Segundo, que la biodiversidad, por ser un patrimonio
recibido en cuantos seres humanos, funda ciertas obligaciones, incluso un
derecho, y que entonces hablar de desarrollo sostenible sería lo mismo que
hablar de solidaridad intergeneracional.
Me gustaría
precisar algo al respecto. Ciertamente, el suelo, el aire y el agua son
sumamente importantes, pero no bastan para explicar que la vida continúe en el
tiempo.
Basta con
pensar cómo hay lugares donde se dan esos tres elementos, por ejemplo, en
montañas muy elevadas, sin que exista allí prácticamente biodiversidad.
En realidad,
los elementos que sustentan cada vida son muy complejos, y los sistemas de
equilibrio han estado cambiando continuamente. Hoy tenemos un equilibrio que
tal vez nos gustaría conservar (aunque no es ‘perfecto’, como se nota por
muchos problemas de salud entre los hombres y los animales).
Sin embargo,
hace miles de años los equilibrios eran otros. En ese sentido, creo que
estaríamos de acuerdo en reconocer que los equilibrios ambientales no son algo
estático, sino dinámico.
En ese
dinamismo nos encontramos los hombres que hoy podemos decidir mucho. No todo,
hay que recordarlo, pues hay seres vivientes y otros organismos, como los
virus, que escapan muchas veces a nuestro control.
La pregunta
más importante, según pienso, es esta: ¿es el hombre un resultado casual de la
evolución, una etapa de la misma, que tiene el mismo valor que los demás
animales y plantas, o es algo más?
Si el hombre
fuese un resultado provisional, entre muchos otros, del proceso evolutivo, ¿por
qué habría que buscar modos para controlar ‘artificialmente’ a un viviente que
ha llegado a dominar a otros muchos vivientes?
Simplemente,
si el comportamiento del hombre, considerado por algunos como un ser casual
como cualquier otro, llegara un día a destruir sus condiciones de
supervivencia, entonces desaparecería y se dejaría espacio a nuevos equilibrios
evolutivos.
En cambio, si
el hombre fuese algo más, si tuviese libertad, conciencia, responsabilidad, y
un alma eterna, entonces podemos hablar de deberes respecto de la naturaleza
porque seríamos capaces de darnos cuenta de que la biodiversidad es también
para los demás.
En otras
palabras: un sano ecologismo se construye en favor del hombre y de los demás
seres vivos, porque reconoce que el hombre es un ser especial. No podemos
considerarlo, entonces, como un parásito del planeta (como dicen algunos), sino
como su principal protagonista, por estar dotado de facultades abiertas a
muchas posibles opciones, sobre las cuales existe una responsabilidad ética
fundamental.
Respecto de
las generaciones futuras, la verdad es que se habla de deberes respecto de
ellas de modo analógico, pues todavía no existen. Sobre este tema hay
importantes reflexiones del filósofo Hans Jonas, y releerlas resulta siempre
estimulante.
El hecho es
que lo que ahora realizamos tiene consecuencias que no son fáciles de prever.
Por ejemplo, la actividad metabólica de los más de 7 mil millones de seres
humanos resulta imprescindible para nuestra supervivencia, pero no sabemos las
consecuencias que tendrá para los hombres que vivirán dentro de mil o diez mil
años.
Quizá ahora
mismo el hecho de que respiramos pudiera ser un factor importante para que se
produzca falta de oxígeno en el planeta dentro de ‘X’ años, y no por eso vamos
a dejar de respirar.
Sobre el
‘desarrollo sostenible’, habría mucho que precisar, pues lo que gasta desde el
punto de vista energético un hombre de Europa es muchas veces más elevado que
lo que gasta un hombre de una tribu de algún rincón olvidado del planeta.
¿Hemos de
obligar a los europeos a vivir en modo tribal? ¿Hemos de impedir a otros seres
humanos mucho más pobres, si así lo desean, acceder a la tecnología que podría
mejorar su salud y su vida?
Además,
resulta posible, y ya se han visto casos, en los que ciertos desarrollos de la
tecnología han ayudado a reducir el impacto ecológico de actividades humanas en
el planeta. Al mismo tiempo, algunas formas de ‘baja tecnología’ podrían ser
más contaminantes que otras modernas...
Considero que
el punto central en estos temas consiste en reconocer que el hombre tiene una
inteligencia con la que puede hacer el mal y el bien. Algunos han cometido
grandes injusticias ecológicas, pero otros han repoblado bosques, salvado
especies de animales, mejorado la producción agrícola con menor daño de las
tierras, etc.
Veo que ya me
estoy alargando. Te ofrezco estas ideas para poder seguir en diálogo, y espero
que puedan ser de utilidad. Cuídate mucho y gracias también por los consejos
que me ofrecen para sobrellevar mejor el frío y el calor. Te deseo de corazón
las bendiciones de Dios. Tuyo...” FP
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