martes, 1 de septiembre de 2020

Reflexiones sobre el lugar del hombre en el planeta…

El padre abad se sentó y empezó a escribir.
“Te mando un saludo, Sergio, para continuar la conversación tan interesante que empezamos el lunes pasado.
Entonces me dijiste dos ideas. Primero, que la vida se sustenta siempre sobre las mismas bases: suelo, aire y agua. Segundo, que la biodiversidad, por ser un patrimonio recibido en cuantos seres humanos, funda ciertas obligaciones, incluso un derecho, y que entonces hablar de desarrollo sostenible sería lo mismo que hablar de solidaridad intergeneracional.
Me gustaría precisar algo al respecto. Ciertamente, el suelo, el aire y el agua son sumamente importantes, pero no bastan para explicar que la vida continúe en el tiempo.
Basta con pensar cómo hay lugares donde se dan esos tres elementos, por ejemplo, en montañas muy elevadas, sin que exista allí prácticamente biodiversidad.
En realidad, los elementos que sustentan cada vida son muy complejos, y los sistemas de equilibrio han estado cambiando continuamente. Hoy tenemos un equilibrio que tal vez nos gustaría conservar (aunque no es ‘perfecto’, como se nota por muchos problemas de salud entre los hombres y los animales).
Sin embargo, hace miles de años los equilibrios eran otros. En ese sentido, creo que estaríamos de acuerdo en reconocer que los equilibrios ambientales no son algo estático, sino dinámico.
En ese dinamismo nos encontramos los hombres que hoy podemos decidir mucho. No todo, hay que recordarlo, pues hay seres vivientes y otros organismos, como los virus, que escapan muchas veces a nuestro control.
La pregunta más importante, según pienso, es esta: ¿es el hombre un resultado casual de la evolución, una etapa de la misma, que tiene el mismo valor que los demás animales y plantas, o es algo más?
Si el hombre fuese un resultado provisional, entre muchos otros, del proceso evolutivo, ¿por qué habría que buscar modos para controlar ‘artificialmente’ a un viviente que ha llegado a dominar a otros muchos vivientes?
Simplemente, si el comportamiento del hombre, considerado por algunos como un ser casual como cualquier otro, llegara un día a destruir sus condiciones de supervivencia, entonces desaparecería y se dejaría espacio a nuevos equilibrios evolutivos.
En cambio, si el hombre fuese algo más, si tuviese libertad, conciencia, responsabilidad, y un alma eterna, entonces podemos hablar de deberes respecto de la naturaleza porque seríamos capaces de darnos cuenta de que la biodiversidad es también para los demás.
En otras palabras: un sano ecologismo se construye en favor del hombre y de los demás seres vivos, porque reconoce que el hombre es un ser especial. No podemos considerarlo, entonces, como un parásito del planeta (como dicen algunos), sino como su principal protagonista, por estar dotado de facultades abiertas a muchas posibles opciones, sobre las cuales existe una responsabilidad ética fundamental.
Respecto de las generaciones futuras, la verdad es que se habla de deberes respecto de ellas de modo analógico, pues todavía no existen. Sobre este tema hay importantes reflexiones del filósofo Hans Jonas, y releerlas resulta siempre estimulante.
El hecho es que lo que ahora realizamos tiene consecuencias que no son fáciles de prever. Por ejemplo, la actividad metabólica de los más de 7 mil millones de seres humanos resulta imprescindible para nuestra supervivencia, pero no sabemos las consecuencias que tendrá para los hombres que vivirán dentro de mil o diez mil años.
Quizá ahora mismo el hecho de que respiramos pudiera ser un factor importante para que se produzca falta de oxígeno en el planeta dentro de ‘X’ años, y no por eso vamos a dejar de respirar.
Sobre el ‘desarrollo sostenible’, habría mucho que precisar, pues lo que gasta desde el punto de vista energético un hombre de Europa es muchas veces más elevado que lo que gasta un hombre de una tribu de algún rincón olvidado del planeta.
¿Hemos de obligar a los europeos a vivir en modo tribal? ¿Hemos de impedir a otros seres humanos mucho más pobres, si así lo desean, acceder a la tecnología que podría mejorar su salud y su vida?
Además, resulta posible, y ya se han visto casos, en los que ciertos desarrollos de la tecnología han ayudado a reducir el impacto ecológico de actividades humanas en el planeta. Al mismo tiempo, algunas formas de ‘baja tecnología’ podrían ser más contaminantes que otras modernas...
Considero que el punto central en estos temas consiste en reconocer que el hombre tiene una inteligencia con la que puede hacer el mal y el bien. Algunos han cometido grandes injusticias ecológicas, pero otros han repoblado bosques, salvado especies de animales, mejorado la producción agrícola con menor daño de las tierras, etc.
Veo que ya me estoy alargando. Te ofrezco estas ideas para poder seguir en diálogo, y espero que puedan ser de utilidad. Cuídate mucho y gracias también por los consejos que me ofrecen para sobrellevar mejor el frío y el calor. Te deseo de corazón las bendiciones de Dios. Tuyo...” FP

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