jueves, 1 de abril de 2021

La nueva pandemia: los efectos de los agrotóxicos mentales…

El  miedo circundante a enfermar y morir, la incertidumbre ante un futuro apocalíptico y el bombardeo de información, con datos estadísticos de cantidades de contagiados y muertes, fue como regar con agrotóxicos el campo mental. Entonces es esperable que las ideas, las sensaciones y la percepción del mundo que tengamos durante estos días estén infectadas por aquella siembra. Por lo tanto, las crisis psicoemocionales se presentan más complejas dada la saturación de lo vivido y padecido durante el 2020, agravadas por la ilusión de un 2021 sin pandemia que se desmoronó como un edificio mal construido.

El ser humano, que si bien ha demostrado históricamente su capacidad para resistir y reinventarse, comienza a sufrir una profunda crisis existencial. A las dificultades que entrañaban el vivir cotidiano en un mundo que ya era complejo, se le sumó el coronavirus y sus consecuencias. El confinamiento extendido, los cuidados obsesivos, el distanciamiento social y la falta de abrazos y besos, durante más de un año resistiendo los embistes de una existencia ciertamente distinta, con otras reglas de convivencia y con un horizonte marcado por la incertidumbre, desencadenaron alteraciones psicológicas y emocionales de variadas intensidades.

La pandemia demostró la absurda y muchas veces cruel existencia humana, poniendo más en evidencia el injusto entramado social y la crisis ecológica planetaria. No fue sin consecuencias abusar de la tierra desechando basuras tóxicas, vivir el presente sin proyectos de vida sustentables y la riqueza concentrada en una pequeña minoría mientras millones de seres viven con lo justo o mueren por desnutrición. Pero llegó el coronavirus para desnudar estas realidades y para determinar una suerte de pausa con todo lo que ello significó y significa aún en cada vida y en las economías mundiales.

Si bien el ser humano tiene la capacidad de reconvertirse, de adaptarse, no es sino luego de atravesar la crisis consecuente y superarla, creando así mejores versiones de su ser y por lo tanto de su estar en el mundo. El desafío es el rearmado de una subjetividad con mayor conciencia del valor y el cuidado de la vida propia, pero ya no de un modo egoísta, sino en interacción con el campo social y con el planeta, como un todo que se retroalimenta y que se necesita para existir. Pero es probable que la ansiedad humana, que suele complicarlo todo apurando los tiempos lógicos de los procesos naturales, acelere el retorno a una ‘normalidad’ similar a la que nos trajo hasta este desastre, y entonces se desaproveche esta oportunidad.

La ansiedad va en aumento por saturación, pero también como respuesta a la lentitud en la vacunación y por el temor a que las vacunas no sean realmente tan efectivas para el Covid-19 y sus diversas cepas. En tiempos de máximas incertidumbres se buscan mayores certezas. Pero los científicos son dioses acotados, ninguno puede certificar qué pasará mañana con los anticuerpos ni qué otras pestes podrían venir. ¿Es una utopía pensar una nueva versión del ser humano en armonía con los otros seres vivos y con el planeta tierra?

El coronavirus resultó una conmoción en la subjetividad, pero a cada personal o interpeló de una manera singular. Como suele decirse, no hay enfermedad, hay enfermos. Tendremos entonces seres que se reconvertirán para enfocarse en una vida más saludable; otros que agravarán sus malestares preexistente; y quienes enseguida se secarán de la lluvia de la peste para seguir como si nada hubiese ocurrido. Aprovechar de una crisis personal y de un momento histórico tan singular como este implica un trabajo interior que no siempre se está dispuesto a transitar.

La salud mental, como la tierra, están mostrando los síntomas, las secuelas de la toxicidad con la que fueron regadasLas situaciones críticas desarman el equilibrio alcanzado e invitan a uno nuevo. La pandemia significó una violencia sobre las vidas cotidianas. En principio se puso el foco en los cuidados físicos, en no enfermar, en sobrevivir. Pero la suma de meses de vivir en el clima de una peste desencadenó un desgaste psicológico y emocional. Los cambios abruptos en los sistemas de vida, la tensión asociada a los cuidados obsesivos, y el miedo a enfermar y morir, empujaron al ser a un cansancio existencial y una inestabilidad en su salud mental. Cabe señalar que los síntomas mentales no siempre conducen a cuadros psicopatológicos, a enfermedades mentales, sino que suelen ser movimientos lógicos del psiquismo que intenta comprender qué está pasando y a partir de ahí poder responder, con un nuevo equilibrio, a las exigencias de un mundo que presenta nuevas reglas de convivencia. Los cuidados que aprendimos para no contagiarnos de coronavirus hay que trasladarlos al plano mental y limpiar las toxicidades con las que fuimos regados.

Tenemos que decidir si vivimos mejor o elegimos la autodestrucción. Solo nos salvará la toma de conciencia de que estamos ante un momento crítico de la historia de la humanidad, pero que al mismo tiempo es una invitación a un cambio real y profundo. De lo contrario seremos sufrientes y responsables de nuevas pandemias, hasta que la existencia se agote.

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