Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel
tiempo, Jesús fue a su patria, y sus discípulos le seguían. Cuando llegó el
sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba
maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le
ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero,
el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus
hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les
dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de
prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos
enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de
fe.
«Y
se extrañó de su falta de fe»
Comentario: P. Joaquim PETIT
Llimona, L.C. (Barcelona, España)
Hoy la liturgia nos
ayuda a descubrir los sentimientos del Corazón de Jesús: «Y se extrañó de su
falta de fe» (Mc 6,6). Sin lugar a
dudas, a los discípulos les debió impresionar la falta de fe de los
conciudadanos del Maestro y la reacción del mismo. Parecía lo más normal que
las cosas hubieran sucedido de otra manera: llegaban a la tierra donde había
vivido tantos años, habían oído contar las obras que realizaba, y la
consecuencia lógica era que le acogieran con cariño y confianza, más dispuestos
que los demás a escuchar sus enseñanzas. Sin embargo, no fue así, sino todo lo
contrario: «Y se escandalizaban a causa de Él» (Mc 6,3).
La extrañeza de
Jesús por la actitud de los de su tierra, nos muestra un corazón que confía en
los hombres, que espera una respuesta y al que no deja indiferente la falta de
la misma, porque es un corazón que se da buscando nuestro bien. Lo expresa muy
bien san Bernardo, cuando escribe: «Vino el Hijo de Dios e hizo tales
maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano,
para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos
horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de
ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender por qué quiso
morir la majestad suprema para darnos la vida, servir Él para reinar nosotros,
vivir desterrado para llevarnos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y
ordinario para ensalzarnos por encima de todo?».
Podría pensarse en
lo que hubiera cambiado la vida de los habitantes de Nazaret si se hubieran
acercado a Jesús con fe. Así, tenemos que pedirle día a día como sus
discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe» (Lc
17,5), para que nos abramos más y más a su acción amorosa en nosotros.
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