La confianza es un acto de fe, y no, no se trata solamente de un suceso
religioso, también se puede creer en las personas, en los hechos y hasta en los
objetos. Alguien puede confiar en su vehículo para que lo traslade miles
de kilómetros porque sabe que ha sido cuidadoso para realizarle los servicios
correspondientes, o bien, se tiene la confianza para alcanzar éxito en un
negocio porque se han tomado todas las medidas necesarias para lograrlo, pero
lo más importante de todo, es generar confianza entre los seres humanos,
porque, en ocasiones, de ello puede depender hasta la vida misma.
Pongamos el caso de una familia, los hijos confían plenamente en el padre y
la madre, no se preocupan por nada porque saben que ellos se harán cargo de
llevar lo indispensable al hogar y que estarán al pendiente de que todas las
necesidades sean cubiertas.
Los esposos confían mutuamente en la fidelidad de ambos, porque así lo
prometieron el día del matrimonio, y la prenda de esa confianza, es el amor que
se tienen, otro ingrediente importante en esta fórmula. Y lo mismo podríamos
decir de los amigos, los socios comerciales, los compañeros de trabajo, los
miembros de una asociación, los fieles de una Iglesia, en fin, que todas las relaciones
humanas requieren una gran dosis de confianza para poder avanzar.
Por eso es tan importante fomentarla y ser cuidadosos para no traicionarla
bajo ninguna circunstancia, porque de perderla, muy difícilmente podrá
recuperarse. Y ya entrados en el tema, ¿cómo puede perderse la confianza? Aquí
tenemos la contraparte. Por supuesto, un acto de deslealtad o una mentira,
dañará irremediablemente cualquier relación, pero existe otra circunstancia que
puede interponerse en el camino, y esa es la duda.
Dudar significa no estar seguro de algo o alguien, pero también quiere
decir sospechar de la honradez de alguien, por ello, cuando entra la duda en la
vida de la gente, comienza el martirio para quien la experimenta, porque la
duda envenena el alma y la mente, y puede desarrollar conductas enfermizas
tales como celos descontrolados, miedos, rencores y hostilidades.
Puede ser que se tengan razones
suficientes para dudar de alguna persona debido a su comportamiento, pero
cuando es la envidia la que siembra la duda, hay que ser muy cautelosos antes
de hacer un juicio apresurado. Porque permitir la entrada a la duda y prestar
oído a rumores solamente conseguirá despertar inseguridad entre los
involucrados, en pocas palabras; es abrir la puerta al demonio, aunque muchos
se burlen de su existencia. El mismo Papa Francisco ha reiterado
contundentemente que con el diablo no se dialoga.
Así pues, nos enfrentamos a la
intervención de hombres y mujeres que, volviéndose cómplices del demonio,
rompen matrimonios y amistades con comentarios perversos o actitudes
provocativas que vulneran la confianza. Obviamente, cuando dos personas
acostumbran a dialogar sin ocultarse nada, estarán más protegidas de esos
ataques que los que creen que no pasa nada si coquetean con el peligro.
Indudablemente hay que tener cuidado y
procurar deshacerse de esas malas influencias, el mundo en el que vivimos
actualmente está invadido por pensamientos relativistas que han llevado al
resquebrajamiento de la familia y el matrimonio, al punto de ridiculizarlas y
hacerlas ver como figuras anticuadas, sin embargo, se ha comprobado que cuando
las familias se vuelven disfuncionales y los hijos viven una infancia infeliz,
serán menos capaces de afrontar la vida y generar relaciones sanas, debido a la
ruptura del grupo vital en el que se sentían protegidos.
No permitamos la injerencia de gente
ajena y malintencionada en nuestras relaciones familiares, por el contrario,
fomentemos la confianza, el diálogo y los encuentros que fortalezcan los lazos
afectivos, sobre todo entre los cónyuges, porque una familia unida engendra
hijos felices y productivos para su comunidad. MM
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